martes, 30 de diciembre de 2014

2014

"Twenty years from now you will be more disappointed by the things that you didn’t do than by the ones you did do. So throw off the bowlines. Sail away from the safe harbor. Catch the trade winds in your sails. Explore. Dream. Discover." - Mark Twain.

Se nos acaba el año. Otra vez. Estamos a horas de un nuevo comienzo, y en días como hoy es cuando hacemos un balance entre las cosas buenas y malas que nos han sucedido durante este tiempo. Durante estos 365 días. En momentos así siempre me viene a la cabeza las famosas frases de Charles Dicken en "Historia de dos ciudades":

"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto."

No podemos resumir un año diciendo que ha sido bueno, o ha sido malo. Los días traen consigo desilusiones y esperanzas que nos atrapan y nos hacen vibrar, llenándonos de vida y de ganas de seguir adelante, de salir adelante. Ganas de luchar, de perseguir nuestros sueños, de mejorar. El 2014 ha sido el mejor de los tiempos, el peor de los tiempos. Ha sido las idas y venidas, los más y los menos, las entradas y salidas. Un conjunto de vaivenes desentonados que han ido dando forma a la persona que soy a día de hoy. Pero se nos acaba el año. Otra vez. Y aquí estoy escribiendo esto sin certeza de que alguien lo vaya a leer. Me gustaría que esto llegase a todas las personas que me han acompañado a lo largo de este año, independientemente de si siguen o no en mi vida. A las que han estado de principio a fin, a las que se han ido, a las que han vuelto. A todas esas personas que han pasado días a mi vera, que me han hecho reír, que me han hecho llorar. Que han crecido conmigo.
He cometido errores, pero también he cometido aciertos. He luchado por lo que creía que merecía, y he conseguido grandes resultados. He aprendido a conocerme, a ser yo misma, y  a defender a mi persona. He aprendido a querer a todos los que han estado conmigo. He hecho las cosas que sentía que tenía que hacer, y he seguido adelante pese a las dificultades que haya podido encontrar.
Me siento orgullosa de cómo va a acabar este año. Rodeada de las personas de las que lo voy a estar, y teniendo a mi lado a todos aquellos que me han demostrado su valía. Me siento orgullosa de lo que tengo, de lo que siento. Y, sobre todo, me siento feliz con todo lo bueno y lo malo que este año me ha dado. Gracias a todos los que han estado conmigo, y a los que lo siguen estando. Gracias por crecer conmigo este tiempo, y que si tengo algo que pediros, es que sigáis haciéndolo conmigo en este próximo año 2015. Seguid creciendo conmigo.




martes, 2 de diciembre de 2014

We all have stories we won't ever tell.

I know I don't know you,
but there's somewhere I've seen you before.

Peter Bradley Adams -  Between Us.

 


Supongo que la vida es un poquito irónica. Pero sólo un poquito eh. Últimamente parece que la
gente lo sabe todo sobre la tuya en particular. Excepto una cosa pequeña sin apenas importancia. Que no te  conocen a ti. Supongo que puede llegar a ser incluso gracioso. La gente habla y habla y acabas siendo consciente de que o tienes amnesia/memoria de pez que ni Dory en Buscando a Nemo, o realmente es que hablar es demasiado fácil. Llamadme loca, pero me quedo con la segunda opción.

 
Supongo que a veces es demasiado fácil. Demasiado a tu alcance. Demasiado, en general. Un placer irresistible que está fácilmente al alcance de todos. En nuestra mano. No tenemos que complicarnos demasiado. Pero de lo que no nos damos cuenta es que no tenemos ni idea de si las cosas son tal cual nosotros las penamos. Y no nos damos cuenta de que cada uno tiene detrás unos motivos que le hacen ser quién es. Y tomar las decisiones respecto a ello.
 
 
 
 
Creo que no podemos hablar de alguien si no sabemos cómo suena su voz, en formato risa, en formato susurro, en formato llorando, o incluso cuando están tan emocionados que la única voz que les sale es al estilo entrecortado. Y tú, acabas emocionándote con ellos. Que no podemos hablar de alguien si no sabemos qué colonia usa diariamente, cuál es su color preferido o cómo se le iluminan los ojos cuando habla de algo que le apasiona. No puedes juzgar a nadie sino conoces sus apellidos, su manera de caminar moviendo las caderas suavemente o cuánto le enloquecen los zapatos negros para días de invierno.
 
 
Si no sabes cuál es la estrofa que mejor tararea de su canción preferida, o cómo recita los diálogos de esa película que ha visto mil veces, o cuántas veces ha releído los párrafos de la prosa mágica de Irene X, no sabes nada de esa persona. Ni cómo desordena la ropa en el armario, ni cómo ladea la cabeza cuando te presta atención o lo mucho que adora los días de lluvia. No sabes nada. De cómo se ríe hasta quedar sin aliento, como se derrumba el mundo a sus pies y lo recompone pieza a pieza para poder seguir adelante, ni la forma en que levanta la cabeza, se muerde los labios o se esfuerza por no perder todo aquello que le importa. Las cosas que le preocupan, la gente de la que se rodea, las cosas que no cuenta, la manera de refugiarse bajo la manta en el sofá o esa manía de morderse las uñas o crujirse los nudillos. Mil características de cada persona que muchas veces son desconocidas para nosotros.
 
 
No sabes cómo esa persona dice "te quiero", ni cómo lo siente, ni cómo da todo por conseguir sus sueños. No tienes ni idea, y sin embargo sigues hablando. Sigues hablando sin tener en cuenta que cada uno tiene sus motivos, sus luchas, sus más y sus menos, sus porqués, sus sinsentidos, sus maneras de darle la vuelta al mundo para luego querer bajarse de él, sus ideales, sus percepciones, sus principios y sus finales. Cada uno tiene su historia. Deja que sigan escribiendo.
 
 
 
 

martes, 25 de noviembre de 2014

No hay mayor marea que la de hacerme reír.


A veces es mejor recordar que un nombre tachado a tiempo, puede salvar muchas vidas. Las mías. Las siete. Que el tiempo es de llamar a la puerta, pero a mí me va eso de echar la llave e ir cambiando la cerradura. Que aquí solo entra quien yo invite. Y tú no estás en mi lista. A veces es mejor recordar que si la suma no despejaba la incógnita, es que la X soy yo. Y que tú sobras. Y que las variantes sí alteran el producto. Porque a mí me da la gana. Y me altero yo.

Y

No

Hay

Razón

Para

Que

Me

Calmes.

Que ya le he aullado más veces tu nombre a la luna, y he desgarrado las de los coches, que más vale pájaro en mano que MIENTO volando, y es que te miento si te digo que no tengo ciento y una razones para quedarme, escritas en tinta fresca a modo de lunares, rayando de forma sabia los lazos  que nos unen. Y las excusas me suenan flojas si te digo que no vuelvas a llevarme, de la mano, a contar los besos que se dan por cada semáforo que se pone en rojo, que yo no te escojo, pero te digo, que si sigues con tus vértigos, no naufragues en mis ojos.

Que

No

Hay

Mayor

Marea

Que

La

De

Hacerme

Reír.


martes, 18 de noviembre de 2014

Pedacitos de mí.

Cada día somos más los cinéfilos que, cansados de los puntos y final que ponen los guionistas, acabamos pasándonos al mundo de las series. Y digo mundo porque lo es. Un universo repleto de horas y horas que pasamos frente a la pantalla del ordenador, con los cascos rodeándonos la cabeza, y sumergidos en vidas ajenas que, por extraño que pueda llegar a sonar, a veces consiguen que cojamos las riendas de nuestras propias vidas con más empeño si cabe. Irónico, ¿no? Un buen fan de las series, sabe lo que éstas pueden dejarle. Lo que pueden hacerle cambiar su forma de ver las cosas, o, simplemente, lo que pueden llegar a entretenerle. A mí me van mucho. Las series, digo. Esa indecisión de si poner un capítulo más o dejarlo para alargar la intriga. Eso de enfadarte, reírte, sorprenderte... Pasas años y años con los mismos personajes, y al final son ellos los que acaban siendo un poquito parte de ti. Y te dejan frases que marcan. A las que te aferras. Dejadme que os enseñe un rinconcito de mí.




-"Imagination is more important than knowledge". Einstein. Pero, de los labios de 'Stiles', suena mucho más cercana y  sencilla de comprender. Hace ya algún tiempo que sigo esta serie, tan típica, tan adolescente, que, a veces, puede llegar a echar para atrás. Teen Wolf. Empecé a verla por recomendación, y porque la carita de Dylan O'Brien era razón más que suficiente para darle una oportunidad a esa serie que se me atragantaba. Acabé quedándome por su increíble forma de actuar, por mi Tyer Hoechlin y porque Holland Roden hace perfectamente de Lydia. De esta serie me quedo con dos frases, la ya mencionada, que siempre viene bien recordar en época de exámenes, y "if you're going through hell, just keep going". Winston Churchill, citado por Bianca Lawson. Creo que todos la conocéis, es esa actriz que entra y sale de casi todas las series, véase como ejemplo Pequeñas Mentirosas, Crónicas Vampíricas e incluso American Horror Story. Supongo que es una frase que se me ha quedado, porque todos hemos pasado por momentos así. En los que las cosas no salen tan bien cómo nos gustaría, y no sabemos cómo solucionarlo. En esos momentos en los que tropezamos y perdemos el equilibrio, lo único que tenemos que hacer es levantarnos y seguir. Seguir siempre adelante. Y las cosas cambiarán.

-"It's because you're strong, you just haven´t realised it yet". Finn. Mi Finn. Diciéndole a una de las personas más frágiles de la serie, que es fuerte. Que puede con todo. Que eso, es lo que más le gusta de ella. Que ve más allá de las apariencias, y  de los estúpidos prejuicios. Ella, Rae, es fuerte. Y, poco más importa que eso. Esta serie llegó a mí por casualidad hará ya unos dos años creo. My Mad Fat Diary. La empecé a ver porque las series británicas me llevan de cabeza, casi tanto como esos acentos que podría pasarme horas imitando. Leí sobre ella en Twitter, ya que la actriz Freya Mavor la recomendaba. La encontré en YouTube. Apreté el Play. Le di una oportunidad, y la verdad es que no me arrepiento en absoluto. Es una serie entretenida, pero como todas las series británicas que he visto del canal E4, busca algo más que el mero entretenimiento. Busca la reflexión, el verte identificado en esas personas que son tan diferentes de ti. Busca romper lo prejuicios, y ver un poquito más allá.
Y, la verdad, es que lo acaba consiguiendo totalmente. Y nos hace darnos cuenta de que, en verdad, nosotros también somos un poquito así, como Rae. Sólo necesitamos que alguien nos diga que somos fuertes, para realmente serlo.

-"In the face of true love you just don't give up". Todas aquellas personas que han visto alguna vez en su vida Gossip Girl, se habrán quedado con Ed Westick en su papel de Chuck Bass. Y habrán escuchado mil veces ese "I'm Chuck Bass". Y se habrán quedado prendadas de sus frases, y sus actuaciones, y sus guerras internas, su relación con Blair,  y todos esos tira y afloja que habremos vivido todos varias veces. Hay muchas frases anecdóticas, momentos que se quedan en nuestras memorias, pero yo me quedo con esto. Con Chuck, en el discurso de la boda de su padre, admitiendo casi por primera vez lo que siente. Y en lo que se basan las otras cinco temporadas, para acabar de la única manera posible, o la única que el fandom aceptaría. Porque cuando vale la pena, no te rindes. Cuando sabes que vale la pena, luchas por ello. Y lo consigues.

-Y, para terminar, voy a nombrar a mi serie favorita. La cual está, y va a estar siempre, por encima de todas las demás para mí. Sé que no soy objetiva, pero tampoco pretendo serlo. Cualquier persona que me conozca un poco, sabrá que estoy hablando de Skins. Tanto de Skins en sí, como de Skins Fire, Pure y Rise. Cuando empecé a verla, no me gustaba. No tenía ni idea de lo que estaba viendo, ni de si quería seguir. Me costó varios meses ver la primera temporada. Y sí la vi, fue por Cassie. Pero el caso es que la vi. Y lo dejé ahí. Me gustó, pero no sabía si lo suficiente como para pasar a la segunda. Como para seguir adelante. Y, meses después, me decidí a seguir con ella. Me vi la segunda temporada en poco más de una semana. Y, de esas dos temporadas, me quedo con frases como "Do you know what hurts the most about a broken heart? Not being able to remember what you feel before. Try to keep that feeling, because if it goes, you'll never take it back again"; "I had everything I wanted, and I lost it all. But I'm going to take it all back, piece by piece"; "It's kinda easy when you got nothing because nothing can be taken away from you. But I don't want nothing anymore."; "The people I should love, I hate, and the people I hate..."; "Fuck it, for Chris". Pero, si tengo que elegir, no dudo en quedarme con la tercera y la cuarta temporada, que aunque esta generación sea la más 'oscura' de todas, es la que más me ha hecho emocionarme en todos los sentidos. La adorabilidad de JJ, la inocencia de Thomas y Pandora, el "I'm Katie fucking Fitch, who the fuck are you" de Katie, Naomily... Pero sin lugar a dudas yo prefiero a Cook, Freddie y Effy, y todo ese cambio de emociones que provocan continuamente. "It's not about the destination, it's about the journey", "it's you and me babe, it's always gonna be you and me", "I though we were happy, too fucking happy", "the first time I saw you, I knew you would be the closest I get to being close... I didn't know what to do with that feeling, happiness", "too pretty for you own good, that's why you destroy everything you touch", "She broke my heart".... y, aunque la segunda generación fuese mi preferida, no queda atrás la tercera, en la cual muestra de forma más actual los mismos valores que en las anteriores. Yo me quedo, sobre todo, con Mini y Alo, y con Rich y Grace. Y esas frases como "That's what happens, you adapt don't you? You look at what change, and you find a way to own it"; "Sometimes I do things I know I shouldn't, but I do them anyway, and it's like fuck! Why do I do them?"; "Maybe stories are just stories, or maybe, we can make our life a story".

No me juzguéis, sé que me dejo grandes series por el camino, series que he visto, como Perdidos, Orphan Black, PLL, TVD, American Horror Story, Glee, Prison Break, Revenge, Breaking Bad, Twisted, la chica invisible, The Gates, Juego de Tronos, Glue, Arrow, los 4400, 906090, entre otras, y otras cuantas que tengo pendientes, como Orange is the New Black, Los Soprano, y muchas otras producidas por la gran HBO.
Pero me quedo con estas, que me aportan los cuatro bloques que considero imprescindibles: el ánimo y la fortaleza para seguir adelante en los malos momentos, la confianza en uno mismo, el amor, y la amistad, y el hecho de dejar a un lado los juicios preestablecidos sobre las personas. Cada uno de nosotros somos como somos por diversas razones. Todos tenemos detrás una historia. No juzguemos a nadie si no conocemos la suya.
Si habéis llegado a leer hasta aquí, agradecería que compartieseis conmigo, en cualquier momento, sin que yo lo sepa, cuáles son las que os han cambiado un poco, o aquellas que forman parte de vosotros. Hasta entonces, aquí os dejo algunos pedacitos de mí. Cuidadlos bien.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Cuenta conmigo.

Una sonrisa a destiempo. Un por qué sin respuesta. Un pero que no pierda esperanza. Que no te pierda. A ti. Un motivo que no motiva, o una mano que no acaricia, pero araña. Un sin ti, pero contigo.  Un invierno de sol. Un sol de baila conmigo. De no me sueltes. Estírame. Agárrame. Una carta sin remitente, pero con sello y fecha de aquel día que nos perdimos. Un café con limón, o un quédate. Aquí. Una excusa que diga la verdad, o una playa desierta. Un beso con sabor a hoy eres mío. Pero aún no lo sabes. Aún no te lo digo. Un cuento en el que la princesa, sea quien salve al príncipe. Un día a oscuras, o una noche a luces. A ti, que me haces niña. A ti, que te hago adulto. Las cuentas que no salen, o el dos más dos que inventaste. Que a veces sale tres. Borra la ecuación, empiézala de cero. Empieza con un "Érase una vez". Termínala conmigo. Las letras que escribí. El mensaje en una botella en la arena. Álex Ubago cantándole a la alegría. Un día que no acabe, u otro que nunca empiece. Una caricia que no acabe en cicatriz. Un poema en el que no me quieras. La mentira que amaba a la verdad, y nunca la tenía. El que corre, el que es preso. Ven, que te apreso. ´Hazme reír. El que se esconde. El sin más de un punto y final. El que dijo lo que sentía y no lo que pensaba. Y yo, que cuento los días. Cuenta tú conmigo.

martes, 4 de noviembre de 2014

Cada momento tiene que ser especial.

Me encantan los relojes. Así de simple, así de sencillo. Me vuelven loca. De todos tipos, de todas las maneras. De cualquier color, de cualquier tamaño. No tiene tanta importancia su correa, sea metálica o de cuero, o la forma de sus números. Sólo es un reloj. Pero su cometido me obsesiona. Marcar el tiempo. El tiempo. Ese que desperdiciamos, malgastamos, que cogemos entre nuestras manos y lo retorcemos, lo estiramos, lo destrozamos y pisoteamos. Ese mismo, sé que sabes de qué estoy hablando. Marcan los segundos, los minutos, las horas. Todos los días. Incluso te remarcan la fecha. Y no los miramos. No sé para qué los llevamos, sino es para recordarnos el valor de cada instante, porque cada vez que la manecilla se desliza, traicionera, sobre la superficie, perdemos ese momento para siempre. Y aún así los seguimos perdiendo. He visto a gente que se ha acomodado en su rutina. Levantarte, desayunar, ir a clase/ trabajo, volver a casa. Dormir. De vez en cuando salir. De vez en cuando disfrutar de otras compañías. Pero siempre planificado. Los días entre semana son para una cosa. Los fines de semana para otra. Y vuelta a empezar. Y así eternamente. De forma constante. Somos increíblemente aburridos. ¿De verdad creemos que esto es vivir? Con razón nos quejamos. Así nunca ocurrirá nada extraordinario. Nada apasionante. Nada que nos haga ser tan felices que nos estremezca por dentro la simple idea de que esa, ESA, sea tu vida. ¿Cuántas veces hemos dicho "si tuviera más tiempo haría esto", "cómo me arrepiento de lo otro", "me falta tiempo"?... ¿Por qué no cambiamos eso? ¿Por qué no sacas tiempo para hacer esas cosas? Leí hará unas semanas una frase que me llamó mucho la atención: "Hay siete días en una semana, y 'algún día' no está entre ellos". Y qué cierto. Y qué razón. Vamos a dejar de complicarnos la vida. Vamos a sacar tiempo para todo. Vamos a pasar más tiempo con la familia, a hacer reír más a los amigos, a organizar tu habitación, a tener tiempo para ti, a tener tiempo para salir a correr, a luchar por lo que queremos, a querer a quienes queramos. Vamos a ser sinceros. Vamos a hacer lo que necesitamos hacer. Vamos a hacer sencillos los días. Vamos a ser quienes realmente somos. Vamos a ser nosotros.
No sé, creo que las cosas no son tan complicadas. Que si quieres algo, sólo tienes que ir a por ello. Que si necesitas la ayuda de alguien sólo tienes que pedírsela. Que en esta vida siempre pierde el que calla y asume. Y luego se lamenta del tiempo que perdió al no hacer lo que querría haber hecho.
No dejéis que el tiempo os alcance, os consuma, os pierda. Cada día es irrepetible. Cada hora que malgastas es una hora que nunca vas a recuperar. ¿De verdad quieres arrepentirte de no haber sacado tiempo para hacer las cosas que necesitabas hacer?
Por eso siempre llevo un reloj. Como recordatorio. Que no tengo tiempo que perder. Que cada minuto cuenta. Por eso, dicen que quien gasta tu tiempo contigo te está dando lo único que jamás podrá recuperar. Ten un poco de valor y utiliza el tuyo de tal forma que el día de mañana no puedas arrepentirte de nada. No lo dejes pasar.
Y es que, como canta mi Leiva " Cada momento tiene que ser especial".

miércoles, 22 de octubre de 2014

De Madrid al cielo.

Me crucé con tu sonrisa, me colgué de tu cuello, deprisa, me sentí perdida en la sombra de los pasos de acera en los que te besaba sin prisa.
Caminaba de tu mano, pendiente de los silbidos, de las llamadas, de las teclas que coronan el piano, en el que siempre escuchaba tu risa y me sentía a salvo.
He contado en tu espalda los lunares, he sentido que los días dejaban a su paso una X junto a tu  nombre mientras paseábamos por Manzanares.
Y quería a morir esa mueca en tu cara, y solía decir que daba igual el mundo si cada hora volaba, y me negaba a creer que cualquier excusa no fuese buena para ser testigo de que al dormir eres más niño todavía.
Y si tú, yo, y si yo tú, y si le digo que sí al cielo, que he entrelazado los dedos con la primavera, y he echado lazos en tu nombre, y he pisado huellas por tus suspiros, y he dado mil vueltas. Que las ciudades son más grandes, pero yo no me canso de buscarlo.
O si juntas las letras, o unes las notas, y escuchas su rastro, sigue sonando a mi música, a mi sonrisa desdeñosa y a las luces de Diciembre, a las calles vacías y a todo aquello que rodea los sentidos.
Madrid, hoy no dormimos. Nos refugiamos en tu frío y que vengan a buscarnos.
Madrid, hoy te comería a versos.

lunes, 13 de octubre de 2014

Contigo.

Se iba a volver loco. Era más que una certeza, una incertidumbre que se ceñía sobre la sombra de sus caderas, rompiendo su cordura un poco más a cada paso, mientras cerraba los ojos a la verdad. Se iba a volver loco. De atar. Pero por ella. Ella. Ella que no tenía nombre, ni apellidos, ni una sola mancha impresa en su piel de purpurina, de andares rápidos y sonrisa nostálgica, de suspiros largos y días cortos. Loco. L. O. C.O. Perdido en la comisura de sus labios y atado de manos y pies en cuanto a lo que su risa se refería. Esa risa de niña traviesa que rompía sus esquemas, partiéndolos por la mitad, desgarrándolos, arañando sus palabras casi con el mismo cariño con el que arañaba su espalda en noches frías. Qué delirio no saber su dirección, ni su teléfono ni el número de escalones que subía cada mañana cuando decía adiós sin dedicarle una última mirada. Amor de idiotas. De tirarse a la piscina, sin saber qué está vacía, sin saber qué de sueños también se sentiría, sin saber que a veces, más es menos. Y ella es más. Y más de lo que nadie había dicho por escrito que jurar con una x sobre el pecho está maldito. Y yo juraba, que de esa voz nadie más que yo había vivido. Y ella lo sabía. Ah claro que lo sabía. Sabía de sobra mi pulso, y su tacto de serpiente, y el veneno que me hería si ella sonreía, y todo eso de que los mapas están mal colocados. Que ella sabía perderse con ellos, y encontrarse sin brújula, ni estrella polar, ni avenidas ni historias. Que sabía de cuentos, y de datos estúpidos, de significados ocultos, y de secretos empañados. Sabía de ti y de mí, y de lo que nadie veía. Y nos veía, cruzando al otro lado de la vía, con los reencuentros desesperados y el quedarse sin palabras, con las disculpas, los motivos y ni una sola razón para no poner en juego todo lo que quedaba dentro. Me iba a volver loco, con sus sentidos, y sus finales, con sus mentiras, y sus verdades. Loco. Perdona, pero amor, yo no lo decido. A dónde digas, yo voy contigo.

domingo, 5 de octubre de 2014

All I want.

Mira... que yo sé de sobra eso de las idas y las vueltas, de todas esas veces que no te salen las cuentas, cuando dices adiós pero en verdad no te vas, de eso que no ves pero miras de sobra todo lo que ha quedado.
Que me sé de memoria todo eso de amores idiotas, de perdidos al río, y de que al apostar se gana, pero a día de hoy sólo queda música amarga que me acuna las noches de lluvia. Voces perdidas. De tiempos que vienen y van. De un hoy, sin mañana.
Y dice Leiva, "que en mis días de autodestrucción no hay perro que me ladre", ni que me muerda, ni que me persiga, ni hay quien diga que si das por hecho el momento, este se te va de las manos.
Que todo lo que quiero es una mano a la que acogerme, o una razón para no volver a andar de puntillas, de caer a destiempo, o de negar que los suspiros se van cuando vienes.
Me pierdo. Por las aceras, por los tejados, contando las pecas de tus mejillas. Me encuentro. En el espejo, en las mañanas, en el color de otros ojos. Y es que soy de cualquiera que se llame nadie, y hable como tú. ¿O no?
Sabemos de sobra eso de que quien calla otorga, y que quien ríe el último ríe mejor, y está en eso, reír, y reír juntos. Y no saberse a la perfección el sabor agridulce de cada sí, pero no. Pero sí, perfectamente, el sonido de quien dice quedarse y acaba haciéndolo.
'Cause all I want is nothing more, to hear you kocking on my door.'

sábado, 20 de septiembre de 2014

Make it simple, but sigificant.

Y qué bonita la vida, o eso es lo que dice Dani Martín en voz considerablemente alta desde mis cascos. Y yo subo el volumen. Y escribo esto desde la terraza, viendo el atardecer teñir de un color burdeos el cielo, como éste se refleja en el agua, en las olas, que van y vienen. Como yo. Me pasaría horas así. Disfrutando de la sensación de paz, del relax de no necesitar más que esto. Y es que las cosas buenas de la vida, son esas cosas sencillas, momentos no planeados, esas pequeñas cosas que nos llenan. Que nos cambian los días. Adoro estos detalles. A cada instante. Me encantan, con locura. Cosas tan simples como meterte de lleno en un buen libro y perder la noción del tiempo. De encontrar una canción que dice justo lo que necesitas oír. Y ponerla al máximo mientras andas por la calle, y el mundo a tu alrededor vive acorde a tu sintonía. Esas personas que se levantan cinco minutos antes sólo para poder desayunar café en una taza sentados en una cocina. Nada de tomar uno por ahí, o beberlo por el camino. Las cosas, en casa, siempre saben mejor. Conducir, con la radio alta y las risas, más aún. Y que, en el camino, siempre haya alguien conmigo. La gente que se sienta a tu lado y, sin apenas conocerte, te cuente sus metas, sus sueños. Te diga quién es y por qué. Los que no tienen miedo de reconocer que tienen miedo. Los que lloran si lo necesitan. Pisar los charcos en un día de lluvia. Llegar a casa llena de arena después de un día entero en la playa. Los besos inesperados. Las llamadas a destiempo, y los que siguen pensando que deben rectificar sus errores. Los que luchan por lo que quieren, los que se pierden por librerías. Dormir arropado, o que te abracen las personas que te importan. Comer chocolate. Porque sí. Porque te apetece. Porque por un día, vale la pena dejarse de dietas. Las amistades de siempre. Volver a casa de madrugada. Sacar del armario ese vestido que te encanta pero que casi nunca usas. Cambiar el rumbo. Dejarse llevar. Ver Begin Again en bucle, una, y otra, y otra vez. Porque Keira Knightley habla un poco de mí, y de ti, y de ellos, todo sin darse cuenta. Y se hace de noche. Y se escuchan las olas. Y es un poco como refugiarse en algo conocido, pero que echabas de menos durante mucho tiempo. Como regresar a tu hogar. Y qué bonita la vida. Canta Dani. Qué bonita.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Stay

Pues eso. Que te quedes.
Que no des más pasos, que me canso de ver tu camino.
Que me canso de tenerte cuando quiero;
que no quiero no perderme si eres quien me encuentra.


Quien me cuenta las verdades a medias,
porque yo me dejo llevar en eso que queda entre líneas
para decirte, que si me guías sé esconderme bien,
qué lejos quedas, aún cuando te tengo al lado.

No me resisto a que destroces las aceras,
que las he pisado más veces que la luna
porque sólo a oscuras muestro mi cara buena,
que una mala, ya la tiene cualquiera.

Que yo sé de eso que susurras cuando hablas a gritos,
cuando muerdes el silencio, clavando los dientes,
arriesgando con ello todo lo que no te queda.
No fracases apuntando lejos,
a mí siempre llévame a volar alto,
que para tocar el suelo ya habrá tiempo.

El café de los lunes, quien me hace enarcar las cejas
un martes
quien me enfurece los miércoles,
quien hace que saque las garras los jueves,
para acabar haciéndome reír cada viernes que vuela
y antes de abrir los ojos, ya eres calma.


Subrayas mi nombre en un papel en blanco.
Y me da igual. Pero sigue haciéndolo.
Y te hago mirarme cuando no quieres.
Oblígame a repetir tu nombre,
cuando te hablo bajito,
para que no escuches que digo
que a cada paso del camino, te quiero conmigo.

Y estás anclado a lo que pienso,
y estoy cerrada a lo que quieres,
y estás negando lo que eres,
sólo por ser cuando yo te miro.

Sigue andando,
que yo no sé si sigo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Imperfecciones

Me quedé mirándole a los ojos. Fijamente. Durante un largo rato. Como si así pudiese decirle todo lo que no era capaz de decir. Todo lo que no era capaz de pensar. Nunca se me ha dado bien lo de escribir cartas, pero en esos momentos habría dado cualquier cosa por haber sabido. Haber sabido cuándo y cómo las cosas han de hacerse bien. Me hubiese gustado decirle que yo no era de esas que iban acompañadas, que no me gustaban todas las compañías. Que no me gusta mentir, pero que su risa estaba llena de matices y que cada vez que le golpeaba con el pie en la espinilla le era infiel a mis principios. Que ando de puntillas cuando el suelo arde casi tanto como mis mejillas cuando son mordidas por la cita de mi sonrisa, entre comillas, entre nosotros. Que me gusta que me dejen ser cada día una persona si con ello consigo seguir siendo yo, que no pregunten. Porque no hay respuesta más allá que las caricias de dos manos que se sujetan cuando uno tropieza y el otro sostiene todo aquello que le importa. Y es que a veces no tengo sentido, ni tampoco busco tenerlo, si me pierdo antes de encontrarme o si cierro los ojos cuando no quiero estar. Pero sigo estando. Me gustaría decirte que no soy de nadie, que no lo intentes, que me escapo antes de que puedas verme. Pero eso, en realidad, ya lo sabes. Desde que me miraste por primera vez y yo alcé las cejas. Fingiendo desafiar al destino aún sabiendo que era él quien me desafiaba a mí. No te fíes de mí. No confíes en mí. No hasta que yo lo haga primero. Quisiera decirte que me gusta que me sorprendan, pero odio las sorpresas. Que me gusta que me lleves a la otra punta del mundo y ni siquiera te molestes en saber si quiero estar allí. Porque sabes de sobra que sí. Que me gusta que me roben los besos pero no las ganas de vivir. Que me empujes, que me impulses, que me mires con rabia. Que seas todo aquello que odio querer y que quiero hasta odiar. Pero en el fondo ya me conoces. Aunque no lo sepas. Aunque no lo intentes. No se me olvida lo que dices, no se te olvida cómo finjo no escucharte. Supongo que nada es perfecto para siempre. Pero me gustan estas imperfecciones.

domingo, 24 de agosto de 2014

Collage de momentos.

Hay que saber a quién mirar en blanco y negro, y a quien darle el privilegio de poder verte en color. Creo que eso es algo que nunca he sabido del todo, al fin y al cabo me dejaba llevar por una idea de aceptar a todo aquel que llegase con una sonrisa y una lista de buenas intenciones escritas sobre el papel. Soy de esas, tengo que admitirlo. Era. Las listas se rompen. Las cosas, cuanto menos por escrito, mejor. Que la vida no se resuma en lo que planeamos, sino en lo que realmente hacemos. Y, hasta hace poco, no era de hacer mucho. Casi nadie lo es. Nos convencemos de que sí. De que estamos llenos de cosas geniales. De que vamos a pasar momentos geniales. Qué ingenuos somos, y qué bien mentimos. ¿Cuántas veces has sido tan feliz que no querías compartir ese momento con nadie ajeno a él? ¿Cuántas veces has sido tan egoístamente feliz de desear que los días no se acaben? O que lo hagan, porque el próximo no será otra cosa que mejor. Creo que podría contar con los dedos de una mano la de veces que me había pasado eso. Ni siquiera me lo había planteado. Tenemos la rutina de llevar una vida cómoda tan calada entre los huesos que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos haciendo algo mal. Dicen que toda persona que llega a tu vida es para enseñarte algo. Si tuviera sacar una lección de lo que he aprendido, casi sin darme cuenta, este verano, es que siempre va a haber gente preparada para sorprenderte. Siempre va a haber gente queriendo conocerte, gente dispuesta a cualquier cosa por hacerte feliz. Al principio me pareció muy extraño. ¿Por qué esas ganas de compartir el tiempo? Hay gente a la que no le importa cuánto les cueste, o lo que tengan que hacer, si al final consiguen tenerte un poquito más cerca. He aprendido que las apariencias engañan, y que quien menos lo aparenta es quien más da por ti. Me han enseñado a disfrutar del momento. A sacar cosas de mí que ni siquiera sabía que tenía. A no querer tanto, pero querer bien. Me han recordado el valor de los momentos, y el hecho de que quien te regala tu tiempo, te está dando algo que nunca recuperará. Y cuánto tiempo me han dado. Que sí, que es verdad que en la vida hay que aprender a quién reírle y a quién llorarle. Que no todos merecen ambas cosas. Que siempre va a haber gente que quiera matarte y otros que estén contigo a muerte. Y, lo que cuenta, es saber a quien le dedicas pedacitos de tu vida. Gracias por haberme dado tantos de los vuestros.

domingo, 27 de julio de 2014

Soy igual desde el principio y hasta el final.

A veces me da por eso de caminar por las aceras despacio, de salir de casa sin paraguas cuando llueve, de andar descalza por otros tejados. Me da por cambiar de calle si intuyo que mis pasos no me llevan por buen camino, y de dejar que me tachen de seria. Porque, al fin y al cabo, mi problema siempre ha sido el tomarme la vida demasiado en serio. He sido de esas que nunca han fallado, que han aguantado los golpes y que no se dejan querer porque, al final, nadie tiene un buen sinónimo para mi descripción de ello. He sonreído a los días que pasaban, y he negado que dejarse llevar suena demasiado bien. He dejado las cosas pasar. He mentido poco y he hablado demasiado, cuando, al parecer, en esta vida esto ha de ir al contrario. Puedo ser cruel, y de ello, me he quedado atascada en el fiel, en el no saber sacarme de la cabeza al desfile de personas que me han sujetado cuando el suelo temblaba. Que la música suene más alto que tus pensamientos, me han dicho muchas veces. Pero me gusta más pensar que los problemas se deshacen si los haces frente, algo que, todavía, estoy aprendiendo. Sé que me quedan muchas cosas por hacer, pero me quedo con el aprender algo de cada momento, y mientras que otros se quedan en instantes determinados, ya le he cogido el gustillo a eso de pasar las páginas de cien en cien. Soy muy de echar las culpas y no asumir las mías, de darlo todo y no esperar nada. Y, decepcionarme, si nada es lo que queda. Me gusta pensar que no soy de un tipo predeterminado. Que cambio según los ojos y mi actitud. La cual debería cambiar más a menudo de lo que pienso. De decir las cosas con miradas, de tener tantas palabras pero, muchas veces, quedarme sin ellas. De no querer mirar atrás, pero retroceder para recordarme a mí misma cómo debo ser. Y es que a veces me da por eso de no dormir y no pensar a la vez, de hojear los silencios y clavar sonrisas que queman casi tanto como el hielo. De no dejar de ser.

martes, 15 de julio de 2014

Ser suerte.

Y yo no sé cómo hacemos de la caída una excusa para dejarnos ser tan animales, de desgarrarnos a sangre viva las ganas y ceñirse a los motivos que a cada uno le hacen ladrar para marcar territorio.


Que el tiempo aprieta, ya no es un secreto.

Y dejarnos beber de la recompensa de otras aguas, y cerrarnos a la angustia de que las heridas cicatrizan si le echas sal, que lo que no mata engorda, o en su defecto, cura. Así que déjame que te cuente, que los domingos me arañan la espalda, pero que yo tengo las uñas más largas, y que es cuestión de suerte que no haya destrozado a las semanas. Que he mezclado todo eso de lo que hablan y que a palabras necias, oídos sordos. Por eso a veces me recriminan que no escucho. Por eso a veces me recluyo.


La fortuna de saberte con suerte, es creer que vas a poder sostenerte.

Hay refugios en las aceras, y yo he pintado al vacío en cada una de ellas. Para que no puedan encontrarme por mis ojos, y que cada paso acabado sea una manera distinta de romper el silencio. Porque he negado a las promesas, que no vuelvan, que no las creo. Que no me estabilizo si las veo, y que a veces las personas son el remedio que no necesitas.


Y es que mi suerte se ríe y contagia, y envenena con su gracia todas esas mañanas a las nueve en las que el cielo está demasiado frío y el suelo, demasiado caliente. Y es que me he visto ser suerte, y a veces, desearía tenerme.


martes, 3 de junio de 2014

Y yo, mientras, te espero fuera.

Déjame ser un poco de eso,
de eso cuando dices que todo está por hacer,
mientras veo entre tus ojos un atisbo,
de eso que en primaria llamaban poesía.

Déjame ser algo de lo que sujetas en tus manos,
mientras haces café a mi espalda,
y casi deseo que trepes por ella,
que te balancees en mis cabellos,
que atrapes mis suspiros
y que niegues entre dientes, 
que te escupo los te quiero sin disgustos.

Que no nos miremos cuando el cielo se pone gris,
mientras comes palomitas a mi vera,
mientras escucho la estúpida risa que me carcome,
porque si no somos dos no hay día.

Que  arañes, que muerdas, que destroces
a tu paso a aquel que me pida,
que me lleve, que me deje,
que me guía, que me escuche, que me aliente,
que me diga. Que yo soy yo, y que a algún sitio me dirija.

Déjame pedirte que los lunes me dejes a solas,
que no me gusta compartir rutina con nadie,
que luego, se me enamora. 
Y me dices que has perdido,
por alguno de esos caminos que sigues cada mañana, 
cuando la aurora es tímida, y las luces largas,
la poca dignidada que te quedaba,
para pedirme que me quede,
para pedirme que no me vaya,
que sino los días se amargan,
porque la soledad es menos unida.


Y casi pierdo los papeles, cuando comentas que en septiembre no piensas huir a la montaña, que esos días son para refugiarse, que el mar,  siempre acompaña. Y cierro la ventana cada noche porque no me gusta eso de que el frío, que siempre juega a ser amigo, se haga el infiel con mi coraza. Y que si al final la magia existe, algo que tú afirmas muy seguro, no será otra cosa, que el hecho de que alguien una su mano a la tuya, y tire de ella al caminar, para no perderte, que sea tu brújula, para que no te orientes a ningún sitio en el que no te sonría su boca. Y yo, mientras, te espero fuera.

lunes, 26 de mayo de 2014

Siempre frías, siempre nuestras.

Siempre me dijo que me escribiría una canción. Lo recuerdo infinitas veces tirado en el suelo, con un cigarro en la mano izquierda, y con la derecha acariciando las cuerdas de su guitarra. Una y otra vez, casi bromeando. Tenía la voz brusca, como tantas veces le dije, mientras él negaba con la cabeza, diciendo que aquello, no existía. Yo no entendía de palabras en momentos así, sólo le miraba y veía que en el vacío de sus ojos, no cabía nada más. Y la canción quedó en el aire, al igual que tantas cosas. Al igual que quedó él. Y yo colgando en el suelo, con los pies arrastrando las cenizas de aquello que quemaba con su mechero para entrar en calor en noches de diciembre. Siempre, frías. Siempre, nuestras.


 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Y, que no pare la música.

Hay un poco de magia en eso de que la buena música sea la de años anteriores. Hay encanto en eso de sentarte una tarde de lluvia, con unos CD's viejos y un café caliente, darle al play, y olvidarte de cómo el mundo se desequilibra ahí fuera. Una voz rasgada, una batería, una guitarra y un bajo. No hace falta más. Insisto, no se necesita más. ¿Dónde ha quedado todo eso de ahorrar para ir a conciertos en los que se vive más la música que el ambiente? ¿Dónde ha quedado toda esa gente que se reunía a tocar? Que luchaba por sus sueños. Porque, sinceramente, hace tiempo, que no se sabe de ellos.

Hay una cosa, que es de las que más me gustan sobre viajar, y es el ir por las calles de esas ciudades desconocidas, y en cada calle encontrarte bandas callejeras, personas de cualquier edad, con guitarras, con bajos, con baterías. Haciendo magia con ellas. Tocando rock del que ya no se escucha, cambiando un poco, sin siquiera ser conscientes, la perspectiva de tu día. He estado en ciudades grises, que gritaban llenas de vida por su música. Porque hay gente allí que todavía cree en el salir ahí fuera y luchar por lo que les gusta. Da igual su edad, o que los que pasen junto a ellos nunca hayan escuchado las canciones de ídolos que se esfuerzan por traer de vuelta. No importa, porque cuando la música es buena, se sabe. No se necesita haberla oído antes. Escucharla antes. La reconoces, al igual que reconoces la belleza o el dinero en la gente. Son cosas que se saben. Innatas. Únicas.
Estoy cansada de la gente que le gusta la música por el físico de quien "la canta". Eso no es música, ni es arte. He visto más talento junto en el metro de Londres, o en las calles de Dublín que en muchas de las canciones descargadas de hoy en día. ¿Por qué nos vendemos a cambio de una cara bonita? La música buena despierta el alma y la mente. La buena música se nos mete dentro de los huesos y nos hace estremecer. Te pone la piel de gallina, te hace sentir más que muchas personas. Pero, mientras aquellos que tienen el poder de ello no salgan ahí fuera y dejen de temer su talento, dejen de pensar que no son suficientes, que no pueden vivir de ello, la música más conocida será la de artistas como Abraham Mateo. Tuve suerte, de que mi padre me pusiese The Cult en el coche a todo volumen desde que tenía cuatro años, de que me hiciese escuchar a U2, de crecer con "Zombi" de The Cramberries. De haber tenido la elección de elegir que música me haría ser quien soy, pero haber tenido siempre canciones de verdad a las que volver. He dicho muchas veces a lo largo de mi vida que "Quién podría escuchar With or Without you y decir que eso era música", y ahora me emociona ver a gente que la canta en las calles y pone su corazón en ello. No valoramos la música en sí, sino quienes ponen su imagen para ello, y con esto perdemos ese amarre, ese ancla que nos hace sentir a salvo cuando el mundo se desmorona. Pero, cada uno es libre de decidir qué quiere escuchar.Yo, mientras tanto, me quedo con los recuerdos de esa música en las calles, y me refugio en mi siempre especial "Wonderwall". Porque, tal y como dice, "There are many things that I would like to say to you, but I don't know how". Y mientras lo averiguo, me iré con mi música, a cualquier otra parte.

jueves, 8 de mayo de 2014

Eso de que las verdades a medias saben más dulces.

Doy un par de pasos, segura con mis zapatos nuevos, antes de sentarme enfrente tuya y sorprenderte mirando a la nada pensando que ya no llegaría. Sonrío, bajo la mirada y dejo el móvil en la mesa junto a mí. Sé que me atraviesas con la mirada, pero finjo que no me importa y jugueteó con mi cabello mientras preguntas por mi semana. Te cuento mis días enumerándolos uno a uno, con lentitud y precisión, haciendo de cada palabra un nuevo sonido mientras te pierdes entre ellas y apenas escuchas lo que te cuento. No me interesan tampoco tus historias ni la sosa manera que tienes de contarlas, al igual que a ti te da igual si bebo de tu vaso o si miro a otro lado. Repites mi nombre, y me río contigo, más por el hecho de parecer divertida que porque me hagas reír de verdad. Me preguntas si he ido al cine hace poco, y digo que sí sin contarte que ahora las películas las veo en casa porque prefiero ahorrar para otras cosas, luego te digo que si has escuchado el último disco de Artic Monkeys (porque su música tiene un poco de tu manera de andar y despreocupaciones) y echas la cabeza para atrás, riendo, y recordándome que nadie alcanzará a tus Beatles. Pequeño Saltamontes, aún te queda por aprender, pienso, pues ambos sabemos que la magia que hacían los hermanos Gallagher con un par de micrófonos supera los sonidos amargos de las nuevas promesas. Me cuentas que tienes un coche nuevo, que el otro se te quedaba pequeño, y casi sonrío al recordar cada viaje por carretera que aquella vieja chatarra había soportado. Me regañas por no haberte felicitado por tu cumpleaños, cuando ambos sabemos que lo hice aposta, y luego señalas mi pelo, diciendo que los cambios sientan bien, que el rojo es mi color, sin acordarte que, de pequeños me llamabas Ariel, y de que el rojo, siempre ha sido mi color. Pagas la cuenta y dejas el cambio como propina porque sabes que es mi mayor costumbre, mientras yo me cruzo de brazos y veo como ha jugado el tiempo a tu favor. O en tu contra, si soy yo quien te mira. Luego miro el móvil y me excuso señalando la hora, ya sabes que el tiempo y yo somos las dos caras de una misma moneda. Lo entiendes, me levanto, un adiós y me voy. Y te quedas allí dudando, si acaso he dicho la verdad en algún momento, o preguntándote si alguna vez te he mentido. Es lo que tiene la amistad, que no tiene el olvido. Que las verdades a medias, saben más dulces.

domingo, 13 de abril de 2014

Siempre estoy ahí.

Sigo creyendo en eso de levantarse con tu sombra dibujada, de pintar con los ojos cerrados, de no querer más que la intimidad de acurrucarse a solas y dejarse llevar por el sueño de aquellos que no llegaron a cumplir los suyos. He aprendido a ocultarme de mí misma, de no ser sin querer, de no perderse entre calles que no están hechas para mis pies. He sonreído cuando me han intentado romper, y he vuelto a despertar con ayuda de otros brazos, he caído de puntillas y he hablado despacio con aquellos que no sabían si volverían a escucharme.
Han amanecido en mi habitación más días de los que podría contarte, y he querido con la inocencia de un niño a quien fuese capaz de mantener sus ojos contra los míos sin miedo a apartar la mirada.
Me he equivocado muchas veces, me he dejado llevar y me he clavado contra el frío de la soledad que se escondía entre mis costillas. He perdido antes de apostar por ello, y decidí que, después de todo, sólo tenía que apostar por mí. He reído tantas veces como otros han llorado y me he cerrado en banda antes de haber aprendido la lección. No he sido capaz de ignorar a todo aquel que pide clemencia, pero el perdón no siempre ha podido llegar. He escrito sobre mi piel todo aquello que me ha marcado, y lo he tachado después para dejar espacio. Pero sigo pensando, que los segundos están hechos para que alguien los cuente, para que otro los viva, y para que un tercero los enamore.
Que las historias de boca en boca nunca me han parecido sinceras, y que los colores de cada bandera me han robado más tiempo del que sería capaz de explicarte. No necesito mucho para sentirme completa, ni necesito de horas para darme por vencida. Porque no me doy por vencida. Pero si alguna vez no sabes a dónde acudir, o si los relojes se paran por tu ausencia, siempre estoy ahí. En todas partes, en cada canción, en cada voz, en cada sonrisa. Siempre estoy ahí.

domingo, 2 de marzo de 2014

Y es que hay gente que me gusta para todo.

Hay gente que me gusta para mirarla. Para verla desfilar en sus vaivenes de idas y venidas cuando están distraídos y sus pasos suenan para todos menos para ellos mismos. Hay gente que me gusta para hacerla reír. Para verles ante mis ojos, escuchando mis palabras, ver sus rostros contraerse y acabar en risas chillonas que dan la vida. Hay gente que me gusta para perderme. Para que me lleven al fin del mundo y yo poder guiarles de vuelta a casa. Para refugiarme en la calidez de sus ojos y negarme a regresar de entre ellos. Hay gente que me gusta para quererla. Por que, digan lo que digan, hay gente que está hecha para que la quieran, y esas personas te devuelven el querer como si les fuera la vida en ello. Aunque si lo piensas detenidamente, les va la vida en ello. Hay gente que me gusta para hablar. Para quedarme quieta en silencio y negarme a ir allá donde sus voces no me alcancen. Hay gente que me gusta para estar callada. Para tumbarme a su lado y, a cualquier hora, en cualquier momento, que el sonido de las respiraciones de personas ocupadas en sus pensamientos, no sea incómodo. Hay gente que me gusta para pensarla, para pensar en sus formas y en sus maneras, en esa manía de reinventarse por las mañanas y dejarse morir por las noches. Y luego hay gente que me gusta, por eso de ladear la cabeza cuando me miran, de frotarse las manos en invierno cuando hace frío, de esas maneras de recogerse el pelo, de esa costumbre de merendar galletas cada tarde olvidando las preocupaciones por aumentar de peso, me gustan los que cantan aunque desafinen, los que siempre llevan los cordones de las zapatillas desanudados, las que se pintan con rímel cada mañana ante el espejo sin estar seguras del resultado, los que se muerden las uñas en medio de los exámenes, los que se levantan unas horas antes para salir a correr por las mañanas, los que se sumergen en libros de los que luego no quieren salir, los que de vez en cuando prefieren pasar una noche en casa viendo una película, los que tiran palomitas a sus amigos en el cine, los que van a las tiendas de discos y los compran antes de descargarlos por internet, los que publican su vida minuto a minuto en twitter, los que sonríen en mitad de los besos, me gustan los que te hacen reír tanto que casi no puedes respirar, los que estudian bajo la luz del flexo y cuentan las páginas que les quedan, los que van de compras con la decisión de encontrar eso que tanto tiempo llevaban buscando. Me gustan los que ponen todo su empeño en lograr sus objetivos. Y es que hay gente, esa gente, que me gusta para todo.

domingo, 16 de febrero de 2014

Vértigo .

Que si la lluvia devora tu sueño no tengas miedo de resbalar y perder, porque no hay nada más bonito que rompernos con la distancia de por medio y los silencios perdidos de aquel que te tuvo entre sus manos, frágil, y no te quiso dejar caer.

"Tú me guías, que yo te sigo".

Que no me sale la voz si las noches se me hacen largas y los días pesados, y destrozan mis horas, y me dejo desquiciar por el sonido de Pereza en la radio y mis pies descalzos enredados entre otros tejados. Que el frío me acusa de culpable porque ya no le hablo, ya no le aviso.

Ya no necesito sus abrazos en invierno.

Me he cansado tantas veces de perder la cuenta de aquellos que dicen estar y luego se escurren a contratiempo, que refugian sus miedos en cajas vacías que guardan con recelo bajo sus camas. Me he perdido mirando cómo se ponía el sol en las ventanas de todos esos trenes que he cogido, y me he escondido en la curva de cada sonrisa que las calles ponían, en cualquier sentido, por mi camino.

He dejado libros entreabiertos a la espera de respuestas que no llegaron, porque tenía las preguntas equivocadas.

Me he clavado en los huesos que la brisa del mar tanto ha apretado, he dado vueltas sobre mí misma para poner en orden todo eso que se esfumaba como un suspiro en mi cabeza. He caminado tanto sobre un mismo suelo que cualquier día mis tobillos se niegan a bailar desfilando sobre la alfombra carmesí. Y he acabado por descubrir que, al final del recorrido de mis pasos no quedaba más que el eco de lo que ya había cambiado.

Y sólo quedaba yo para encontrarme con quién era sin miedo al viaje que todavía me queda.




miércoles, 5 de febrero de 2014

Estaría allí.

Él dejaba notas en todas partes. En todas. Escribía frenéticamente, sobre servilletas en los bares en los cuales ahogaba su nombre, en las hojas de los árboles en los parques, incluso en las cuatro paredes entre las que dormía cada noche. Se levantaba al alba, se acostaba con el atardecer. Bebía café sólo para anestesiar esos pinchazos que a veces sentía por dentro. Y seguía escribiendo. Y dejaba lo escrito en el lugar en el que había puesto el último punto. Y caminaba por las calles dejándose llevar por el ritmo interior de esas viejas canciones que le consumían el alma hasta el punto de no saber guiarse si en la brújula no estaba su nombre. El de ella, que tanto le faltaba. La gente le veía, en todos esos lugares. Como un loco fotografiando con sus ojos el color del cielo cada tarde de marzo. Y siguió escribiendo, en su amor por las letras, por su sonido, por su sentido. Tanto, como a él le faltaba. Decía que la acabaría encontrando. Al cruzar la calle, estaría allí. En la estación del tren, con una maleta de mano, estaría allí. Estaría leyendo esas cartas sin sello ni fecha. Porque valían para todos los días. Estaría allí, o en cualquier otra parte. Pero estaría. Con una sonrisa de esas que no fingían la soledad y quitaban años de encima a cualquiera que la recibiese. De esas que se habían extinguido con el tiempo y se refugiaban en sudaderas y zapatillas. Que raspaban el asfalto porque su música estaba más alta que la realidad. Ella estaría allí y leería lo que escribía una y otra vez. Quédate. Y si se tenía que quedar, se quedaría.

domingo, 26 de enero de 2014

¿Qué te hace viajar?

Hay un extraño placer en eso de coger cuatro cosas y huir. De desaparecer unos días del mapa, de tu vida, y de todo aquello que conoces. De aventurarte y lanzarte de lleno en todo eso que se te antoja diferente. Es algo extraño. Ese amor-odio de guardar cosas en la maleta, de preguntarse cuándo y cómo utilizarás esto o aquello. De si te acordarás de ese momento cuando estés tan lejos. Hay algo especial en eso de llegar a un aeropuerto, subir a un avión y ser más alto que todo aquel que creyó que estabas por debajo. De rozar el cielo. Es la electricidad en el ambiente que hay al perderte en todas esas cosas nuevas de esos nuevos lugares. A todos nos encanta viajar. Empezar de cero. Perdernos. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos para vivir todo eso. Está todo en nosotros, y en lo que nos rodea. Hay palabras que nos hacen distintos, tanto dichas como en el empeño que ponemos en escribirlas. Hay olores, perfumes, que nos hacen cerrar los ojos y recordar. Hay sonidos, y voces, y ecos y notas de música perdidas en el ambiente, a la espera de que alguien las escuche. Hay risas, siempre hay risas, de esas que te hacen perder la cabeza y el aliento. Hay ojos y miradas, hay días de lluvia y esa marcha frenética de tus pies al entrechocar con los charcos. Hay estaciones, que colorean siempre que tú se lo permitas. Hay días y días. Hay personas que te hacen viajar sin moverte. Hay momentos, hay películas, hay recuerdos. Y es que a veces no necesitas asomarte a la ventana de la habitación de un hotel para ver las luces de las calles y sentirte en paz. Es más simple que eso. A veces sólo basta con recordarte quién eres al despertar. Y dejarte llevar. Y dejarte guiar. Y preguntarle a alguien qué le hace viajar.

lunes, 13 de enero de 2014

No hay nadie como tú, amor.

A mí el amor me ahogaba. Era una sensación que había sentido desde que era niña, esa angustia infernal que retorcía mis entrañas cada vez que esos estúpidos corazones cruzaban el aire. Pero eso cambió aquel día en el que sus ojos ambarinos sirvieron café a mi noche. Y empecé a vivir, emborrachada de la idea de estar enamorada. Locamente perdida en el concepto de unos pies fríos rozando los míos al despertarme, o del estirón que la manta sufría cada vez que llegaba el frío y nos refugiábamos bajo ella sentados en el sofá. Amor de idiotas, de memorizar la forma de su boca y perderme en las comisuras de cada sonrisa tímida. Enamorada. Enferma hasta temblar de la ausencia de sus brazos, de los días descafeinados en los que su voz se escondía fuera de aquel viejo taller que yo quería a morir. No hay nadie como tú. Nosotros, adictos a la manera de correr por las calles y saludarnos de acera en acera riendo como chiquillos. Perdida en el sentido de que el hueco de otras manos fuese para unirlas a las mías. Nunca había conocido a nadie como tú, que hiciese de los caminos mapas, y de los sonetos suspiros, que mezclase un lo siento con cada "pero te quiero". Que me hiciese estremecer hasta quedarme sin sensaciones, que me hiciese unir los sueños a montones. Cada uno se mata como quiere, y yo, mi amor, yo contigo hasta perder el sentido.

lunes, 6 de enero de 2014

Empieza por despertar.

"A veces me paro a pensar por qué los pájaros, pudiendo ir a cualquier lugar del mundo, se quedan en el mismo sitio. Luego me hago la misma pregunta."


No se nos suele dar bien eso de ser nosotros mismos. Al menos cuando somos más pequeños, cuando empezamos a crecer, a cambiar, a conocernos. No se nos da bien. Y eso es algo terrible, ya que esa parte que siempre escondemos suele ser la más increíble que tenemos. No solemos hacer las cosas que nos gustan. Nos encerramos en nuestros pequeños mundo creados para nuestro confort. En ellos no tenemos que preocuparnos por nada. No tenemos que hacer nada. Vivimos rodeados de esas cuatro paredes que hemos creado a nuestro alrededor, encerrados en nuestras propias burbujas, ignorantes de todo lo que nos perdemos ahí fuera. Hay una cita que dice "tu vida comienza fuera de tu zona de confort". Es tan cierto como asustadizo. Salir ahí fuera, comerte el mundo. Suena demasiado bien como para ser real. ¿Pero sabes una cosa? Lo es. Claro que lo es. Hoy, desde aquí, te reto a salir de ella. Pincha tu burbuja, destrózala. Y da un paso fuera. Jack O'Conell decía que pensamos que sabemos mucho de la vida, pero esto no es así. Nos limitamos a verla desde fuera, pero eso no es vivir. Somos como turistas, fantasmas, observando. Hasta que algo pasa y lo sientes. Sientes lo que es vivir, lo sientes debajo de tu piel, sacudiéndote por dentro. ¿Cuántas veces habéis sentido ese escalofrío que te cala hasta los huesos y te hace sentir vivo? Si sales ahí fuera, puede ser algo diario, algo continuo. Puedes aprender, reír, puedes hacer lo que quieras. ¿Cuántas veces a día de hoy haces lo que realmente te gusta? Lo que realmente quieres y necesitas hacer. Empieza por ello, empieza con pequeñas cosas, y déjate llevar. Encuentra lo que te gusta y deja que viva en ti. Encuentra lo que eres, y no tendrás que encerrarte nunca más. Es tu vida, y todo es tu decisión. Empieza por despertar.