lunes, 28 de marzo de 2011

-Bueno, voy a empezar desde el principio. Hay un señor que se llama Gastor, y mañana por la mañana tendrás que ir a verle. De momento lo único que puedo hacer por ti es acompañarte a ver a Liuna, nuestra señora, ella te ayudará.
¿Gastor?, ¿Liuna?, lo único que quiero es volver al instituto.
Pero estaba tan cansada y confusa, que cuando Eric dijo que me levantara y le siguiera, lo hice sin protestar.
No me fijé por donde íbamos, iba medio zombi, y cuando me indicó que entrara en un despacho, entré.
En el despacho se encontraba una mujer imponente. No había otra palabra para describirla.
Llevaba unos largos cabellos pelirrojos recogidos en un grueso moño.
Tenía la piel clara y los ojos oscuros, sobre los que se posaban unas grandes gafas metálicas de culo de botella.
Lucía un vestido azul oscuro que le llegaba hasta los tobillos.
-Bienvenida, querida Carina.-Sonrió mientras me indicaba que me sentara.
-Gracias.-Musité.
-Supongo que no entenderás nada, ¿me equivoco?
-Absolutamente nada, señora.-Admití.
Liuna sonrió de nuevo.
-Bueno, no importa, porque te lo voy a explicar.
Ahora mismo te encuentras en una escuela. En mi escuela. Como imaginarás no es una escuela común, no es una más, es única. Y tú te preguntarás por qué. Realmente, lo diferente somos nosotros, alumnos y profesores.
Liuna hizo una mueca mientras pensaba como explicármelo para que lo entendiera.
-Estamos muertos.-Suspiró Eric.
Eso me cogió por sorpresa.
-¿Estamos muertos?-Pregunté, repentinamente aterrorizada.
-Muertos no… pero tampoco vivos, es como algo intermedio que tan solo unos pocos tenemos la suerte de obtener.-Corrigió Liuna.
¿Suerte?, si aquello era suerte yo era la cenicienta.
-Y además tú tienes la suerte de conocer a algunos de nosotros.
Arrugué la nariz. ¿Algunos? yo solo conocía a Eric.
-Sí.-Rió Eric.-Amalia, Carlos y  Beatriz son de los nuestros.
¿Amalia, Carlos y Beatriz? Creo que me va a dar algo.
-Vas a ser compañera de cuarto de Beatriz y Amalia, ellas te ayudarán a llevarlo mejor.-Dijo Liuna.- No sé que más decirte querida, mañana irás al despacho de Gastor y hablaremos sobre todo.
Asentí, con el corazón en la garganta. Eran demasiadas cosas para asimilarlas tan pronto.
Eric me empujó hasta la puerta. Caminé por los pasillos con la cabeza en otra parte, en lo que había dicho Liuna.
Finalmente, desperté de mis ensoñaciones porque Eric me había dicho algo.

viernes, 25 de marzo de 2011

CAPÍTULO 2.

Solo veía una figura borrosa.
Según mejoraba mi vista, descubrí que era Eric, y estaba durmiendo sentado en una silla.
Yo estaba en una habitación pequeña, con las paredes blancas y una pequeña ventanita desde donde se veía el sol del atardecer y estaba tapada por una larga cortina marrón clarito.
Había una mesita de madera y una especie de armarito cerrado con candado.
Pestañeé un par de veces mientras recordaba todo lo que había pasado.
Cuando lo recordé todo no pude evitar suspirar. ¿Dónde estaba?, ¿Qué me había pasado? y ¿Por qué me pasaba a mí?
Eric eligió ese instante para despertarse, y se sorprendió al verme despierta.
-¿Carina?, ¿Estás despierta?-Preguntó, aún medio dormido.
Pues claro que estaba despierta, ¿o es que ahora la gente dormía con los ojos abiertos?
-Sí, estoy despierta.-Dije con voz áspera. Tenía la garganta seca.
Eric asintió distraídamente mientras se pasaba una mano por el pelo dorado.
-¿Qué recuerdas?-Preguntó finalmente, rompiendo un incómodo silencio.
-Que era el primer día de clase y tú eras nuevo, de pronto estaba muriéndome, y momentos después estaba con un monje que me había dado una bebida asquerosa.-Resumí de mal humor.
Asintió.

martes, 22 de marzo de 2011

Pues lo llevaba claro.
Le di un mordisco al sándwich mientras escuchaba la conversación, sin ganas de intervenir.
Cuando la campana volvió a sonar, decidí quedarme un poco rezagada, así que me entretuve al ir a tirar el papel del sándwich.
Tras dar un sorbo de agua en la fuente, me apresuré a ir a clase.
Me reuní con mi grupo en infinito y suspiré.
Me dolía la cabeza muchísimo, pero aguanté hasta llegar a clase.
Lena dijo que me veía muy mal, puso una mano en mi frente y dijo, bastante alarmada, que estaba ardiendo.
Los momentos siguientes fueron bastante confusos. Las piernas empezaron a fallarme, y la vista se me nublaba.
Me cogí del brazo de Lena con fuerza mientras escuchaba el grito de Rosita.
Me empecé a sentir débil, y los oídos me pitaban.
Alguien me sujetó por detrás, mientras yo me sentía desfallecer. No sabía que me estaba ocurriendo, ¿me moría? ¿El primer día de clase y yo muriéndome?, pero no tenía miedo, no tenía tiempo para tener miedo.
Escuché entonces una voz. Me pareció extraño, porque debido al pitido de los oídos no oía nada, pero la voz era firme y clara.
-Carina. Abre los ojos.
Ya los tenía abiertos, irónicamente, y no veía nada, ni siquiera sabía porque estaba aún consciente.
-Carina, sé que me escuchas, despierta.
No sé porque, pero supe que tenía razón, debía despertar de esa especie de trance en el que estaba.
Hice un esfuerzo, abrí y cerré los ojos varias veces hasta que mi visión empezó a aclararse.
Lo primero que vi fue un señor con un vestido azul cielo, y a su lado había alguien. ¿Un señor con un vestido?, ¿dónde me había metido?
Según se me aclaraba la vista me di cuenta de que no era un vestido, sino un hábito, ¿estaba junto a un monje?
-Hola Carina.-Dijo.
Su voz era ronca y profunda.
Al ver que no me sentía capaz de responderle, siguió hablando.
-Me alegro de que hayas despertado al fin, llevábamos mucho tiempo esperándote, pero al ver que no despertabas tuve que enviar a Eric.
¿Eric? Sí, la persona que estaba frente al monje era Eric, el chico nuevo.
-Hola Carina.-Me saludó.-Me alegro de volver a verte.
-Ojalá pudiera decir lo mismo. Ni siquiera sé donde estoy y qué hago aquí.
Había recuperado mi voz.
El monje suspiró.
-Es una larguísima historia, ya lo irás descubriendo todo poco a poco.-Dijo.-Ahora será mejor que duermas de nuevo, cuando despiertes hablaremos.
Me tendió un vaso con un líquido verde y asqueroso.
-¿No pretenderá usted que me beba eso?
-Sí, Carina, si te lo tomas dormirás tranquilamente, es importante que lo ingieras ya.
Hice una mueca mientras cogía el vasito y me lo acercaba a los labios.
Di un trago. Sabía a rayos.
Pero hacía efecto, ya que, sin apenas darme cuenta, caí en un sueño profundo del que no despertaría hasta una semana después.

lunes, 21 de marzo de 2011

Bastó eso para que me diera un abrazo y dos besos con alegría.
No pude evitar reparar en las dos coletitas altas en las que llevaba recogido el fino cabello rubio, igual que el año pasado. Era algo que no cuadraba en ella, siempre queriendo actuar como alguien adulto (no consiguiéndolo la gran mayoría de las veces), y con aquellas coletas tan infantiles.
Mientras Rosie me saludaba llegaron las otras chicas del grupo acompañadas de Carlos, primo de Lena y uno de nuestros mejores amigos.
Carlos me saludó con la mano, dio dos besos a su prima, sonrió a Rosie y se colocó junto a Roque, mientras nuestras otras amigas se acercaban.
Eran Beatriz y Amalia.
Beatriz sonrió con alegría mientras se hacía paso para ponerse a mi lado.
-Bettie.-Saludé mientras sonreía.
Era su apodo, siempre la llamaba Bettie. Era un ángel de chica.
La otra, Amalia, vino nueva el año pasado, igual que Lena, pero Amalia nunca me había caído bien. Apenas la contaba como amiga o del grupo.
Raúl y Nico llegaron los últimos, junto a nuestro tutor Quique, más conocido como De Mina, su apellido.
Nos sentamos en nuestros sitios y tuve la mala suerte de que Amalia se sentaba delante de mí, y no paraba de girarse para ver si hablaba conmigo. Me ponía de los nervios.
De Mina empezó a explicar como prevenir la nueva gripe, que profesores íbamos a tener… desesperante.
Entonces, cuando me iba a dar algo de lo aburrida que estaba, se abrió la puerta y apareció… él.
Se acercó a De Mina y le entregó un papel.
Luego alzó la mirada y buscó un sitio libre en el aula.
Cuando lo encontró caminó con tranquilidad hasta él, se sentó, e intentó hacer caso omiso a las veinticuatro personas que le miraban.
Movió la cabeza hacia un lado, un poco molesto, mientras De Mina seguía explicando.
Mientras Amalia se giraba de nuevo para comentar lo del chico que acababa de entrar, él me miró.
Intentando no ponerme roja hice como que hablaba con Amalia.
Me eché el cabello hacia atrás con una mano mientras intentaba prestar atención a De Mina, aunque realmente no me interesaba donde estaría el menú colgado en la clase.
Cuando De Mina terminó de decir que habría hoy para comer, sugirió que los nuevos debían de presentarse. La campana que indicaba que había que salir a almorzar eligió precisamente ese momento para sonar.
De Mina recogió sus cosas, y nos dijo que hiciéramos lo mismo.
Cogí el sándwich mixto que mi madre me había preparado y me levanté de la silla, acercándome a Beatriz.
-¿Cómo se llama?-pregunté.
-No lo sé, no ha dicho nada.-Suspiró Bettie.-Supongo que irá en nuestro grupo.
Asentí sin decir nada más, y caminé al lado de Bettie hasta salir al patio.
Nos sentamos en el sitio de todos los años, en un banco que hay junto a una palmera, una fuente y una especie de casita de juegos en la que ningún niño jugaba ya.
Me senté en el centro del banco, con Bettie y Lena a cada lado, mientras venía Carlos con el chico nuevo.
-Soy Eric.-Se presentó con voz serena.
Cogí las riendas, yo mandaba en el grupo, ¿no?, así que sería adecuado que yo presentase a las chicas.
-Carina.-Me presenté, nunca me había gustado demasiado mi nombre.-Y estas son Beatriz, Lena, Rosie y Amalia.
Eric sonrió.
-Encantado.
Sonreí del modo más encantador que pude, intentando apartar la vista de sus ojos verdes.
-Carina, ¿con quién vas a ir a la cena de principio de curso?-Preguntó Amalia en ese instante.
Ay, como la odio.
-Aún no lo sé, ¿por qué, alguien quiere acompañarme?-Dije con voz segura.
Eric me miró en ese preciso momento. Evité ponerme colorada.
Los chicos rieron por lo bajo, Lena suspiró con una sonrisa, y Rosita aguantaba la risa, mientras que Bettie parecía un poco enfadada.
Nunca he entendido porque Bettie se llevaba bien con Amalia, realmente era la única que se llevaba bien con ella, si no, Amalia no estaría en el grupo, me hubiera ocupado personalmente de eso.
-No, simplemente curiosidad.-Respondió.- ¿Con quién vais a ir vosotras?
Lena se encogió de hombros, mientras Rosita decía que ella iba a ir con Nico.
Beatriz tampoco lo sabía, y Amalia, tampoco, pero apostaría cualquier cosa a que quería ir con Eric.

domingo, 20 de marzo de 2011

(:

-Regular… ya sabes.
Lena suspiró, recuperando su calma habitual.
-Mejorarán las cosas, estoy segura.-Contestó.
Por palabras como esas ella era mi mejor amiga; siempre sabía consolarte y animarte, Lena era irremplazable.
Llegamos a nuestra nueva clase.
Lena empujó la puerta para dejarme pasar, mientras yo observaba el aula sin demasiado interés.
Era grande, más o menos, había muchas mesas con cartelitos en los que ponía el nombre de quien se debía sentar ahí. La mesa del tutor, con libros y folios de todos tipos, y dos ventanas.
Lena me ayudó a encontrar mi mesa entre tanto lío de cartelito, y dejé mi mochila nueva sobre la silla.
Saludé a algunos compañeros desinteresadamente y me puse a hablar con Lena, mientras esperábamos al resto del grupo.
-¿Quién te ha tocado al lado?-Pregunté.
-Miriam.-Contestó mientras hacía una mueca.
Miriam y su mejor amiga Charo eran góticas, e iban siempre por separado del resto de grupos.
-¿Y a ti?-Preguntó Lena.
-Jonathan.-Contesté. Jonathan era un friki, un pringado total, y no estaba de muy buen humor al saber que lo iba a tener al lado.
-Hola chicas.-Saludó Roque, uno de nuestros mejores amigos.- ¿Qué os contáis?
-Nada.-Dije, intentando que mi voz sonara tranquila. Lo conseguí.
-Aquí, esperando que llegarais.-Contestó Lena con una sonrisa.
-He visto a Rosie abajo, iba a llevar a su hermanito a clase y ahora venía.-Comentó Roque.
-Genial.
Mientras esperábamos recogí los cabellos castaños de Lena en dos gruesas trenzas que le daban un aspecto divertido y desenfadado.
En ese instante se escuchó el grito de alegría de Rosie, que estaba en la puerta.
-¡CHICAS!-Exclamó.
Rosie siempre era muy efusiva, quizá demasiado, y a veces era realmente insoportable, pero era un encanto.
La chica rubia avanzó por medio de la clase hasta llegar hasta donde estábamos.
Abrazó a Lena y chocó los cinco con Roque antes de dirigirse a mí.
No entiendo porque la gente actúa siempre así, como si me tuvieran miedo o algo por el estilo, como si antes de saludarme necesitaran mi aceptación.
-Rosita.-Saludé con una pequeña sonrisa. Yo era la única que la llamaba así.

jueves, 17 de marzo de 2011

CAPÍTULO 1.

Me miré en el espejo unos instantes.
Tenía los brazos cruzados bajo el pecho y miraba mi propio reflejo de forma desafiante.
Realmente no era desafiante, tan solo evaluaba como me quedaba el uniforme tras el verano.
Tras unos instantes de indecisión, me recogí el cabello rubio en una larga cola de caballo.
Mejor.
Pasé las manos por la falda azul cielo y estiré un poco de la camisa blanca antes de alejarme del espejo.
Cogí la mochila nueva y bajé las escaleras trotando.
Abajo no había nadie, mis padres se iban temprano a trabajar y mi hermano mayor y mi pequeña hermanita aún dormían.
Era lunes nueve de septiembre, había una suave brisa que jugueteaba  con los mechones sueltos de mi cabello, y un radiante sol como vago recuerdo del verano al que dejábamos atrás.
Crucé la puerta de entrada del instituto y lo observé unos instantes antes de entrar.
Estaba compuesto por tres edificios de color gris perla, y en cada edificio había muchísimas aulas.
Estaba el gimnasio, los patios, el aula de música, laboratorio… y todas aquellas clases en las que jamás había estado.
Suspirando crucé el patio recién pintado, lleno de niños pequeños, madres y profesoras.
Entré en el primer edificio y saludé a una profesora de años anteriores.
-¡Qué guapa estás!, ¡qué mayor!-Exclamó con una afable sonrisa.
Asentí con alegría  y seguí caminando.
Empecé a subir las escaleras que había apodado cariñosamente “infinito”, y sonreía, sin esforzarme demasiado, a algunos conocidos.
Al final de las escaleras grises estaba una de mis mejores amigas, Lena.
Sonrió con una alegría desbordante, y luego me abrazó efusivamente, algo raro en ella, que solía ser una chica tranquila, nada comparado a nuestras otras amigas.
-Cuanto tiempo sin verte, ¿qué tal todo?-Me preguntó.
Fruncí el ceño mientras nos hacíamos paso entre aquellos chiquillos molestos y ruidosos, no tenía muchas ganas de contestar, pero si no hablaba con ella… Probablemente no se lo contaría a nadie.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuando menos lo esperas.

Hoy ha estado lloviendo toda la mañana, y, como estábamos muy aburridas nos hemos puesto a jugar a nuestros juegos tontos, como ese de decir cosas sin sentido, pero yo me he cansado enseguida así que me he puesto a escribir canciones.
Sí, canciones… la lluvia es mi música de inspiración para escribir cualquier cosa, hoy la canción me la ha pedido Giselle, que seguía con el rollo de romántica empedernida.
Ha quedado algo así:
“Es como el vaivén de una nube, que viene y que va.
El crear de un plumazo lo que jamás ocurrirá.
El levantarse y ver que… las cosas no son más sencillas que ayer.
Y en plena oscuridad, el silencio que todo lo inunda…
Callados bajo la luz y en la orilla del mar, tirando piedras al vacío.
¡Y los días grises se iluminan con lluvia!
-
Así que vamos a empezar por terminar todos los cuentos, vamos a llenar de ilusión cada momento.
Echemos la llave a cada candado, y tirémoslas al río, como una respuesta secreta, conseguir no tener nunca frío.
Cerremos el pasado, estará olvidado, no importará lo demás simplemente tienes que creer que podrás ¡sin fin ya verás!
-
Ese rojo que brilla, desde la orilla vendrá.
Cada consecuencia que no queremos aceptar.
Y estando todo impreso habrá que volver a empezar.”
Supongo que imaginaréis lo mucho que le gustó, Giselle se emociona con nada.
Al terminar las clases nos ha convencido para acompañarla a merendar a Café Amor… supongo que tiene la vaga esperanza de encontrar allí a “su amor a primera vista”.
Nos hemos sentado y tomado unos croissants realmente deliciosos, mientras mi rubia amiga miraba de un lado a otro.
Sonreí mientras movía la cabeza.
-Oye Lettie ¿me puedes traer algo de beber?-Me preguntó Priscila mientras le daba otro mordisco a su croissant.
-Claro… ¿Un té?
-Sí, gracias.
Fui a por su bebida y ...

martes, 15 de marzo de 2011

¿Creéis en el amor a primera vista?

Esa ha sido la pregunta que nos ha lanzado Giselle esta mañana en el instituto nada más llegar a Priscila y a mí.
Mi amiga pelirroja no ha dudado en decir que sí, pero yo me he quedado pensativa.
Sí, yo creo en la atracción con un solo vistazo, ¿pero amor? ¿Amor, en serio? No lo creo, la verdad.
Giselle dice que no creo en el amor a primera vista porque nunca lo he vivido, tal vez tenga razón pero sigo pensando que es poco probable.
A decir verdad, es probable, pero dependiendo de la definición que cada uno tenga por “Amor”.
Para Giselle el mundo está lleno de amor por todos lados, sólo que nosotras no nos esforzamos demasiado en buscarlo.
Para ella es fácil decir eso, con su metro sesenta y ocho, sus ojazos y su enorme melena que se mueve de un lado a otro a la mínima de cambio no le es difícil encontrar a alguien, pero claro, Priscila y yo nunca negamos sus efímeras frases filosóficas.
¿Para qué? Le damos la razón y ella sonríe… es muy fácil contentarla.
Sin embargo, y aunque parezca una tontería, me he pasado todo el día dándole vueltas a su pregunta, ésta volvía a mi mente una y otra vez como si de un boomerang se tratase.
Y ni siquiera sé por qué esa pregunta me atrae y repulsa tanto a la vez.
Giselle afirma que esta mañana, antes de llegar al instituto, ha visto a su amor platónico.
Ha sido en la cafetería cercana a su casa, una nueva que es enorme y muy bonita pero con aspecto de ser cara.
Se llama Café Amor, y según mi amiga, ha sido el nombre lo que le ha inspirado para entrar a desayunar allí.
Se ha chocado contra un chico joven y, ella afirma, que eso ha sido amor a primera vista y que lo demás son tonterías.
Y, aunque he intentado hacerla razonar y decirle que eso es imposible, ella es increíblemente cabezota y me ha dicho que no lo niegue, que ha conocido a su amor platónico.
La he dejado por imposible.
Sin embargo su estúpida pregunta seguía en mi mente.
¿Existe realmente el amor a primera vista? A saber… cada uno opina una cosa distinta, yo me decido por el “Quién sabe”, ya que es la opción más sencilla.
Porque, si de verdad existe, si está ahí fuera como dice Giselle, a mí aún no me ha alcanzado.

lunes, 14 de marzo de 2011

Un comienzo.

Los cielos oscuros rugieron amenazadores, comunicando que no tardaría demasiado en llover.
Me gustaban los días como aquellos.
A la mayoría de las personas los días lluviosos en los que hay más nubes oscuras en el cielo de las que podrías imaginar les deprimen.
En cambio esos días tan grises en los que parece que el mundo es una imagen borrosa pintada a pinceladas de colores verdes y oscuros hacían que sintiese una relajante paz interior.
A través del ventanal de mi habitación veía las elegantes calles parisinas bañadas de la luz de un atardecer lluvioso.
Mi imagen de París no era la que la gente solía esperar cuando viajaba por primera vez a la capital francesa, yo no encontraba románticos sus edificios ni gente… para mí eran románticos esos días difuminados que observaba abrazada a mí misma tomando té caliente mientras la gente que paseaba por las calles corrían a refugiarse en la tienda más cercana.
La magia estaba en la forma en la que se veía París a través de las gotas de agua cristalina que caían de los cielos, semejantes a un hermoso milagro.
Cuando crees que nada puede suceder, pero sucede.
Y ahí está eso que llevabas tanto tiempo esperando, tanto que ya pensabas que tan solo era una fantasía olvidada de antiguos y prometedores sueños.
Es como una canción acompañada con una guitarra, la voz que te susurra al oído esa frase especial que sabes que nunca olvidarás, con el sonido de un complicado acorde.
Cerré los ojos un segundo, escuchando detenidamente el sonido de los truenos.
Bueno, ahora me doy cuenta de que no me he presentado aún.
Me llamo Colette Marqués, aunque todo el mundo me llama Lettie, y como habréis supuesto vivo en Francia, en París para ser exactos.
Realmente yo no soy francesa, nací en España al igual que mi padre, pero en cambio mi madre es francesa y hace ya varios años que vivimos aquí, aunque en vacaciones solemos ir a visitar a mi familia paterna.
Volví la mirada de nuevo hacia la ventana, que  estaba totalmente cubierta de diminutas gotas que se sostenían a duras penas.
Cierto que me gustaban las tardes como aquellas, pero eso no quitaba el hecho de que por culpa del tiempo hubiese tenido que cancelar los planes que tenía para aquella tarde.
Quizá esa sea la razón de que esté contando todo esto, quién sabe.
Mi móvil sonó repentinamente, llenando la estancia de la música que tenía para los mensajes.
La canción me recordó a la primera vez que la escuché, era una tarde, sobre las ocho y media y estaba con mis dos mejores amigas, Priscila y Giselle, terriblemente aburridas en casa de la primera.
Priscila, al vernos a Giselle y a mí cruzar una mirada de puro aburrimiento, empezó a ponernos sus extrañas canciones.
Sí, extrañas, porque la música que escucha yo no las calificarías exactamente como música... son ritmos con voces cantando música comercial, así que cuando nos puso una canción decente Giselle y yo quedamos tan sorprendidas que decidimos ponérnosla de sintonía para el móvil.
Miré el mensaje, era de Giselle, que nos invitaba a Priscila y a mí a su casa a ver una peli.
Contesté que sí, nadie en su sano juicio le hubiese llevado la contraria a Giselle, entre otras cosas porque la cabezonería, el querer llevar siempre la razón y el ser pesada eran unos de sus defectos.
No me malinterpretéis, yo la quiero muchísimo, incluyendo sus defectos.
Pero Giselle es la típica chica rubia, con una cabellera larguísima que cae a modo de cascada por su espalda hasta su cintura y con unos ojos azul lapislázuli con los que convence a cualquiera de lo que sea.
Ella es divertida pero alocada, y nos pega su locura siempre que estamos demasiado tiempo con ella, lo que suele ser siempre.
En cambio Priscila es bastante distinta a ella, es pelirroja con el pelo tan rizado como el de Taylor Swift.
No es tan delgada como Giselle, pero aún así posee cierto encanto natural, lo que la ayuda a esconder lo patosa que es.
Pero son mis amigas, y yo las quiero tal y como son.
Me miré en el espejo antes de salir disparada a casa de Giselle.
Yo no era tan guapa y estilizada como Giselle, ni poseía la gracia natural de Priscila, pero no estaba mal.
Sonreí al reflejo que me devolvía el espejo, esa chica morena con el cabello ondulado antes de salir de casa.
Sí, no estaba mal.
Dejé el diario abierto en la mesita, dispuesta a escribir más tarde los acontecimientos de la tarde, y salí fuera, donde me recibió la lluvia de principios de Marzo que caía dulcemente en la capital francesa.