domingo, 13 de abril de 2014

Siempre estoy ahí.

Sigo creyendo en eso de levantarse con tu sombra dibujada, de pintar con los ojos cerrados, de no querer más que la intimidad de acurrucarse a solas y dejarse llevar por el sueño de aquellos que no llegaron a cumplir los suyos. He aprendido a ocultarme de mí misma, de no ser sin querer, de no perderse entre calles que no están hechas para mis pies. He sonreído cuando me han intentado romper, y he vuelto a despertar con ayuda de otros brazos, he caído de puntillas y he hablado despacio con aquellos que no sabían si volverían a escucharme.
Han amanecido en mi habitación más días de los que podría contarte, y he querido con la inocencia de un niño a quien fuese capaz de mantener sus ojos contra los míos sin miedo a apartar la mirada.
Me he equivocado muchas veces, me he dejado llevar y me he clavado contra el frío de la soledad que se escondía entre mis costillas. He perdido antes de apostar por ello, y decidí que, después de todo, sólo tenía que apostar por mí. He reído tantas veces como otros han llorado y me he cerrado en banda antes de haber aprendido la lección. No he sido capaz de ignorar a todo aquel que pide clemencia, pero el perdón no siempre ha podido llegar. He escrito sobre mi piel todo aquello que me ha marcado, y lo he tachado después para dejar espacio. Pero sigo pensando, que los segundos están hechos para que alguien los cuente, para que otro los viva, y para que un tercero los enamore.
Que las historias de boca en boca nunca me han parecido sinceras, y que los colores de cada bandera me han robado más tiempo del que sería capaz de explicarte. No necesito mucho para sentirme completa, ni necesito de horas para darme por vencida. Porque no me doy por vencida. Pero si alguna vez no sabes a dónde acudir, o si los relojes se paran por tu ausencia, siempre estoy ahí. En todas partes, en cada canción, en cada voz, en cada sonrisa. Siempre estoy ahí.