lunes, 26 de mayo de 2014

Siempre frías, siempre nuestras.

Siempre me dijo que me escribiría una canción. Lo recuerdo infinitas veces tirado en el suelo, con un cigarro en la mano izquierda, y con la derecha acariciando las cuerdas de su guitarra. Una y otra vez, casi bromeando. Tenía la voz brusca, como tantas veces le dije, mientras él negaba con la cabeza, diciendo que aquello, no existía. Yo no entendía de palabras en momentos así, sólo le miraba y veía que en el vacío de sus ojos, no cabía nada más. Y la canción quedó en el aire, al igual que tantas cosas. Al igual que quedó él. Y yo colgando en el suelo, con los pies arrastrando las cenizas de aquello que quemaba con su mechero para entrar en calor en noches de diciembre. Siempre, frías. Siempre, nuestras.


 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Y, que no pare la música.

Hay un poco de magia en eso de que la buena música sea la de años anteriores. Hay encanto en eso de sentarte una tarde de lluvia, con unos CD's viejos y un café caliente, darle al play, y olvidarte de cómo el mundo se desequilibra ahí fuera. Una voz rasgada, una batería, una guitarra y un bajo. No hace falta más. Insisto, no se necesita más. ¿Dónde ha quedado todo eso de ahorrar para ir a conciertos en los que se vive más la música que el ambiente? ¿Dónde ha quedado toda esa gente que se reunía a tocar? Que luchaba por sus sueños. Porque, sinceramente, hace tiempo, que no se sabe de ellos.

Hay una cosa, que es de las que más me gustan sobre viajar, y es el ir por las calles de esas ciudades desconocidas, y en cada calle encontrarte bandas callejeras, personas de cualquier edad, con guitarras, con bajos, con baterías. Haciendo magia con ellas. Tocando rock del que ya no se escucha, cambiando un poco, sin siquiera ser conscientes, la perspectiva de tu día. He estado en ciudades grises, que gritaban llenas de vida por su música. Porque hay gente allí que todavía cree en el salir ahí fuera y luchar por lo que les gusta. Da igual su edad, o que los que pasen junto a ellos nunca hayan escuchado las canciones de ídolos que se esfuerzan por traer de vuelta. No importa, porque cuando la música es buena, se sabe. No se necesita haberla oído antes. Escucharla antes. La reconoces, al igual que reconoces la belleza o el dinero en la gente. Son cosas que se saben. Innatas. Únicas.
Estoy cansada de la gente que le gusta la música por el físico de quien "la canta". Eso no es música, ni es arte. He visto más talento junto en el metro de Londres, o en las calles de Dublín que en muchas de las canciones descargadas de hoy en día. ¿Por qué nos vendemos a cambio de una cara bonita? La música buena despierta el alma y la mente. La buena música se nos mete dentro de los huesos y nos hace estremecer. Te pone la piel de gallina, te hace sentir más que muchas personas. Pero, mientras aquellos que tienen el poder de ello no salgan ahí fuera y dejen de temer su talento, dejen de pensar que no son suficientes, que no pueden vivir de ello, la música más conocida será la de artistas como Abraham Mateo. Tuve suerte, de que mi padre me pusiese The Cult en el coche a todo volumen desde que tenía cuatro años, de que me hiciese escuchar a U2, de crecer con "Zombi" de The Cramberries. De haber tenido la elección de elegir que música me haría ser quien soy, pero haber tenido siempre canciones de verdad a las que volver. He dicho muchas veces a lo largo de mi vida que "Quién podría escuchar With or Without you y decir que eso era música", y ahora me emociona ver a gente que la canta en las calles y pone su corazón en ello. No valoramos la música en sí, sino quienes ponen su imagen para ello, y con esto perdemos ese amarre, ese ancla que nos hace sentir a salvo cuando el mundo se desmorona. Pero, cada uno es libre de decidir qué quiere escuchar.Yo, mientras tanto, me quedo con los recuerdos de esa música en las calles, y me refugio en mi siempre especial "Wonderwall". Porque, tal y como dice, "There are many things that I would like to say to you, but I don't know how". Y mientras lo averiguo, me iré con mi música, a cualquier otra parte.

jueves, 8 de mayo de 2014

Eso de que las verdades a medias saben más dulces.

Doy un par de pasos, segura con mis zapatos nuevos, antes de sentarme enfrente tuya y sorprenderte mirando a la nada pensando que ya no llegaría. Sonrío, bajo la mirada y dejo el móvil en la mesa junto a mí. Sé que me atraviesas con la mirada, pero finjo que no me importa y jugueteó con mi cabello mientras preguntas por mi semana. Te cuento mis días enumerándolos uno a uno, con lentitud y precisión, haciendo de cada palabra un nuevo sonido mientras te pierdes entre ellas y apenas escuchas lo que te cuento. No me interesan tampoco tus historias ni la sosa manera que tienes de contarlas, al igual que a ti te da igual si bebo de tu vaso o si miro a otro lado. Repites mi nombre, y me río contigo, más por el hecho de parecer divertida que porque me hagas reír de verdad. Me preguntas si he ido al cine hace poco, y digo que sí sin contarte que ahora las películas las veo en casa porque prefiero ahorrar para otras cosas, luego te digo que si has escuchado el último disco de Artic Monkeys (porque su música tiene un poco de tu manera de andar y despreocupaciones) y echas la cabeza para atrás, riendo, y recordándome que nadie alcanzará a tus Beatles. Pequeño Saltamontes, aún te queda por aprender, pienso, pues ambos sabemos que la magia que hacían los hermanos Gallagher con un par de micrófonos supera los sonidos amargos de las nuevas promesas. Me cuentas que tienes un coche nuevo, que el otro se te quedaba pequeño, y casi sonrío al recordar cada viaje por carretera que aquella vieja chatarra había soportado. Me regañas por no haberte felicitado por tu cumpleaños, cuando ambos sabemos que lo hice aposta, y luego señalas mi pelo, diciendo que los cambios sientan bien, que el rojo es mi color, sin acordarte que, de pequeños me llamabas Ariel, y de que el rojo, siempre ha sido mi color. Pagas la cuenta y dejas el cambio como propina porque sabes que es mi mayor costumbre, mientras yo me cruzo de brazos y veo como ha jugado el tiempo a tu favor. O en tu contra, si soy yo quien te mira. Luego miro el móvil y me excuso señalando la hora, ya sabes que el tiempo y yo somos las dos caras de una misma moneda. Lo entiendes, me levanto, un adiós y me voy. Y te quedas allí dudando, si acaso he dicho la verdad en algún momento, o preguntándote si alguna vez te he mentido. Es lo que tiene la amistad, que no tiene el olvido. Que las verdades a medias, saben más dulces.