viernes, 8 de julio de 2011

Los sonoros sollozos eran lo único que permitían a Lena no considerar aquello una pesadilla.
La gente empezaba a marcharse, alejándose en una nube de trajes negros, dejando tan solo a los familiares y algunos amigos alrededor de las tumbas.
Lena vio a la familia de Carina.
Al frente estaba Theo, el padre de su amiga, vestido con traje chaqueta negro, y en esos momentos tiraba unas piedras sobre el reluciente ataúd de su hija. Su semblante parecía una máscara.
Luego estaba Bethany, la madre de Carina, vestida con un largo vestido negro que relucía, y de su mano estaba cogida una niña pequeña, cuyos largos cabellos caían sobre sus hombros formando unos perfectos tirabuzones.
Y, tras ellos, estaba Georgio, su hermano, también vestido de negro, y con los ojos muy enrojecidos.
Tiraron unas piedras sobre el ataúd, haciendo que sonara un escalofriante sonido cuando éstas chocaron, y dieron media vuelta para marcharse.
Lena recordó lo que habían dicho de cada uno de los difuntos: Al hablar de Amalia habían dicho que era una chica valiente, que no se dejaba acobardar fácilmente, y que poseía una voluntad de hierro, de Carlos habían dicho que era un joven guapo e inteligente, siempre feliz, de Beatriz que era muy buena, siempre ayudando a los demás sin esperar nada a cambio, y de Carina… que era una muy buena persona, guapa, ambiciosa, siempre sabía lo que quería y lo que debía hacer.
Lena podía discutir eso. Carina era buena persona, muy amiga de sus amigas, exigente, pero también podía sacar su genio, y entonces podía llegar a dar miedo; era guapa, cierto, pero tampoco una de esas chicas que salen en portadas de revistas, ella tenía algo especial que la hacía brillar por encima del resto: también era ambiciosa, y, aunque no consiguiera lo que quisiese, solía aceptarlo, pero esa ambición la hacía ser muy, muy, exigente, daba mucho, pero también esperaba mucho a cambio… sin embargo era la mejor amiga que Lena había tenido jamás, había sido su modelo a seguir, y la quería como a una hermana. Y aún así, nunca habría sabido definirla…  para ella era irremplazable, y sin Carina las cosas iban a cambiar mucho… Lena no se imaginaba la vida sin su amiga, pues ella siempre había estado ahí, ayudándola cuando lo necesitaba, aconsejándola, y en los peores momentos le había dado un hombro sobre el que llorar, la había escuchado cuando nadie más lo había hecho, y la había tranquilizado.
Carina había sido la hermana mayor que nunca había tenido, y sin embargo, ya no estaba.
-Vamos hija, deberíamos marcharnos.-Dijo la madre de Lena, sacándola de su ensimismamiento.
-Me gustaría quedarme un poco más, mamá, esperad en el coche.-Pidió.
La madre de Lena dio media vuelta, acompañada de la madre de Carlos, quien lloraba en silencio.
Lena se dio cuenta de que tan solo ella y Rosie estaban alrededor de las tumbas.
Cogió unas piedras, y siguiendo el ejemplo de la familia de Carina, las tiró sobre el ataúd donde descansaba el cuerpo de su amiga.
Luego sus piernas empezaron a fallarle, pero ella era Lena, la chica siempre tranquila y calmada, así que hizo un esfuerzo por no caer al suelo junto a Rosita, quien lloraba desconsolada, nada parecía importarle, y mucho menos el estar manchándose el vestido negro, y rasgándose las delicadas medias nuevas.
Ya nada importaba…
-Rosie.-Empezó Lena.- ¿Por qué dijeron que se provocaron las muertes?
Rosie alzó la cabeza para mirar a su amiga, y Lena no pudo evitar pensar en lo extraña que estaba Rosita, siempre vestida de colores alegres, ahora con un vestido negro y sus coletitas rubias cayendo por su espalda.
Rosie intentó dejar de llorar para contestar a su única amiga viva.
-Por gripe A.-Sollozó.
Lena, quien no lloraba, empezó a pensar.
-Pero ellos no tenían síntoma alguno de gripe A, y lo que le pasó a Carina fue una especie de desmayo.
-Los médicos dijeron que fue una muerte inmediata.-Lloró Rosita.
Lena, sin creerlo demasiado, dejó el tema.
Se arrodilló junto a Rosita y la abrazó suavemente, calmándola.
Luego, ambas alzaron la vista y vieron el crepúsculo.
De esa manera el mundo se despedía de aquellos cuatro jóvenes.
Las lágrimas de Rosie cayeron por sus blancas mejillas hasta terminar en la tierra.
-Vamos, hablaremos en casa.
Rosita asintió y se levantó, pero antes de marcharse cogió la flor blanca que Lena había colocado en su cabello antes de ir al funeral, y la puso a contraluz.
Un par de lágrimas cristalinas cayeron sobre la flor, haciendo que pareciese rocío, y la hacían aún más hermosa.
-Aunque ya no estéis con nosotros, nuestro corazón permanecerá siempre a vuestro lado.-Murmuró la joven de las coletas rubias, mientras depositaba un beso en uno de los pétalos de la flor, y se la pasaba a Lena, como animándola a decir unas palabras.
Ésta cogió la flor que su amiga le tendía y la observó unos instantes antes de ser si quiera capaz de abrir la boca.
-Esto no es un adiós, es un hasta pronto, porque nuestros destinos están unidos por algo mucho más poderoso que la vida y la muerte, y estéis donde estéis, no dudéis que nos reencontraremos.-Recitó Lena, mientras depositaba un beso en otro pétalo, tal y como había hecho Rosie.
La chica rubia recuperó la flor.
-No olvidéis que lo más importante es nuestro amor, eso nos permitirá permanecer unidos para siempre.-Finalizó Rosie, dejando caer la flor sobre el lugar donde se encontraban las tumbas.
Se habían despedido de ellos dignamente.

CAPÍTULO SIETE.

-No te muevas.
Los dedos de Carlos me quitaron una brizna de hierba del cabello.
-Gracias.-Dije mecánicamente.
Deposité la bandeja con  la cena en la mesa y me senté en la silla.
Bettie se sentó a mi lado.
-¿Estás bien?-Susurró.
Asentí con la cabeza.
Empecé a comer el pescado en silencio, sin intervenir en la conversación.
Cuando terminé el pescado me tomé un yogur.
Una vez terminada la cena cogí la bandeja y me levanté.
Tiré las sobras a la basura, y les di a las cocineras los platos sucios.
Luego pasé por la sala de juegos, abrí la nevera y saqué una botella de almar, y rellené un vaso de éste.
Regresé a la habitación, aún con el vaso en la mano, y una vez allí lo dejé en mi mesilla.
“Ojalá Lena estuviera aquí”-Pensé.
Suspirando me llevé el vaso a los labios y me sumergí en un sueño profundo.