martes, 3 de junio de 2014

Y yo, mientras, te espero fuera.

Déjame ser un poco de eso,
de eso cuando dices que todo está por hacer,
mientras veo entre tus ojos un atisbo,
de eso que en primaria llamaban poesía.

Déjame ser algo de lo que sujetas en tus manos,
mientras haces café a mi espalda,
y casi deseo que trepes por ella,
que te balancees en mis cabellos,
que atrapes mis suspiros
y que niegues entre dientes, 
que te escupo los te quiero sin disgustos.

Que no nos miremos cuando el cielo se pone gris,
mientras comes palomitas a mi vera,
mientras escucho la estúpida risa que me carcome,
porque si no somos dos no hay día.

Que  arañes, que muerdas, que destroces
a tu paso a aquel que me pida,
que me lleve, que me deje,
que me guía, que me escuche, que me aliente,
que me diga. Que yo soy yo, y que a algún sitio me dirija.

Déjame pedirte que los lunes me dejes a solas,
que no me gusta compartir rutina con nadie,
que luego, se me enamora. 
Y me dices que has perdido,
por alguno de esos caminos que sigues cada mañana, 
cuando la aurora es tímida, y las luces largas,
la poca dignidada que te quedaba,
para pedirme que me quede,
para pedirme que no me vaya,
que sino los días se amargan,
porque la soledad es menos unida.


Y casi pierdo los papeles, cuando comentas que en septiembre no piensas huir a la montaña, que esos días son para refugiarse, que el mar,  siempre acompaña. Y cierro la ventana cada noche porque no me gusta eso de que el frío, que siempre juega a ser amigo, se haga el infiel con mi coraza. Y que si al final la magia existe, algo que tú afirmas muy seguro, no será otra cosa, que el hecho de que alguien una su mano a la tuya, y tire de ella al caminar, para no perderte, que sea tu brújula, para que no te orientes a ningún sitio en el que no te sonría su boca. Y yo, mientras, te espero fuera.