jueves, 28 de noviembre de 2013

No todas las historias son como tu historia.

¿Alguna vez has tenido una gran historia de amor? De esas que da igual el camino si el otro te sujeta de la mano, de esas que los días se te escurren entre los dedos y los sentimientos se te agarran dentro como lava ardiendo que a la mínima te hace estallar en mil pedazos. Amores de esos que matan a los que lo viven y a los que les rodean. Amores que se esconden en las entrañas y que te hacen sentir vivo dándote igual de qué manera sean los días. Amores de sonrisas a todas horas y miradas que besan desde la distancia. De esos que te hacen crecer. De esos que cuando acaban te dejan sin palabras con el corazón frío y la garganta seca. Esos amores siempre vuelven. No se agotan, no se marchan. Son amores que te abrazan bajo la lluvia de principios de año y que te esconden cuando las sombras caen sobre las farolas. De esos que ríes y se te quita el aliento de la boca. No todas las historias de amor vienen y van, y empiezan de nuevo cada vez que acaban. Pero no porque no sean amores que te arrancan a pedacitos la tristeza. Sino porque no se les ha dado la oportunidad de serlo. No todas las historias son como tu historia. Algunas renacen de las cenizas.  Algunas persisten de vida en vida.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Y luego me fui.

Te quedaste conmigo aquella tarde en la que el mundo se me caía encima. Te sentaste a mi lado y, sin apenas necesidad de mirarme, te limitaste a juntar los pedazos en silencio. Y lo único que caía a mí después de eso era el cielo. Te hiciste paso, poco a poco, entre las pisadas viejas y las torres altas, y desarmaste ese desastre que yo reconstruía día a día. Pusiste orden a mi caos, dejaste las cosas en su sitio. Me hacías cambiar sin meditarlo antes siquiera y conseguías encerrar todas mis pesadillas en algún lugar del que no pudieran regresar. Me abriste los ojos al mundo. Paseamos por las calles y nos perdimos en cada acera. Costumbres de locos por el amor. O por ti. Bailé entre tus brazos mil canciones y escuché a tu lado el asombroso silencio de los amaneceres. Me perdí en el mar de tus ojos, tan azules como él, y nadé entre sus sombras. Asusté tus demonios. Memoricé las líneas de las palmas de tus manos, aquellas que cogían suavemente las mías, y naufragué cada día hasta que las horas me devolvían a ti. Y luego me fui. Cogí mis cosas y me fui. Y me desperté en el andén sin camino de vuelta.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Da un par de pasos y aprende a seguir.

Se escondía entre silencios con el carisma perdido de aquel que sabe que va a ganar haga lo que haga. O aunque no lo haga. Porque ya no había nada más que dejar caer por el camino, los pasos quedaban huecos. Tenía una risa apagada que siempre dejaba en manos de todo el que le quisiese. Era fácil hacerle brillar. Tan fácil que sólo bastaba que sonrieses. Eso le servía para recobrar la entereza. También era fácil de manejar, y te daba la oportunidad de intentarlo. Como si te estuviese probando. Como si la elección de si podías entrar en su vida se basaba en hasta qué punto decías la verdad. O la mentira. No valía la pena intentarlo, ni querías probarlo tampoco. Hay ciertas personas que simplemente prefieres conservar sin preguntas. Era algo distinto, algo raro, algo que no sabrías decir muy bien qué era, ni si te gustaba o desagradaba. Era algo omnipresente que te llenaba y vaciaba a la vez. Pero de una forma u otra siempre querías volver a escuchar su voz. Su forma de andar no llamaba la atención. Él no era de esos. Él prefería gritar en silencio, y luego quedarse quieto para averiguar quién le había oído. Para ver si alguien respondía. Siempre me quedo con la duda de si alguna vez alguien lo hace. Podría marcarlo y remarcarlo en cuadros, esquemas y mapas, pero nunca habría sabido cuadrarlo bien. Se escapaba sin moverse. Le veías y estaba. Pero sabías que, inevitablemente, a veces se iba. Era un rompecabezas. No sabías por donde cogerlo, por donde sujetarlo, porque parecía que acabaría escurriéndose ante tu mirada. Era una huella borrosa entre caminos dispersos. Una bisagra que unía los días buenos y hacía un poco menos malos los demás. Tenía ojos de niño y palabras de anciano. Y aún así no sabría captarlo. Era un poco como esas horas que pasan lentas o se hacen minutos frente a otros ojos. Un poco como "te voy a enseñar a vivir". A dar un par de pasos y aprender a seguir.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Somos iguales, pero diferentes.

Estamos bien, o estamos mal. Nos levantamos, damos dos pasos, nos asustamos, y nos dejamos caer. Titubeamos. Cerramos los ojos y fingimos que las cosas no han pasado. Mentimos, huimos. Sonreímos, abrazamos, hablamos, negamos habernos sentido así anteriormente. Lloramos. Nos dejamos consolar. Luchamos, peleamos, no nos callamos. Pero nos derrumbamos. Nos besamos. Nos cogemos de las manos y sentimos los nervios escurridizos. Nos divertimos. Nos maquillamos. Salimos a la calle con paso firme y volvemos de puntillas. Y viceversa. Nos dejamos querer porque a nosotros nos da miedo dar más de lo que recibimos. Cerramos y abrimos puertas día sí y día no. Rompemos cosas, momentos y personas. Grabamos momentos. Elegimos a quienes queremos que nos llenen los días. Discutimos, gritamos. Reímos a carcajadas cuando sólo escucha aquel que importa. Nos creemos diferentes. Nos vestimos distinto, hacemos distintas cosas, nos juntamos con distintas personas. Pero nuestra alma es la misma. Nuestra meta es la misma. Todos dudamos, perdemos y ganamos. Todos callamos. Todos nos abrazamos, nos adoramos. Todos queremos cambiar, destacar. Todos queremos divertirnos, madurar. Todos queremos querer y queremos hablar. Queremos bailar sin miedo al qué pensarán. Todos somos personas, y por muy distintos que a veces parezcamos, también somos iguales. Y es que al fin y al cabo todos somos jóvenes.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Eres mi libertad.

Es ese algo anclado a mí, a mi forma de mirar hacia delante cuando estoy perdida, a todas esas caricias que han pasado por mi piel. Es aquello que está anclado a mis vértices, a mis esquinas, a todos y cada uno de mis mechones de cabello, a mi sonrisa contra el filo de otra boca. Eres la luz que me guía a casa, tomando como casa cualquier sitio en el que pueda sentirme a salvo, segura, desde un coche perdido por una carretera hasta la orilla del mar de cualquier playa. Es lo que está anclado a mis días de seguridad y a mis lágrimas, a mis búsquedas y a mis descubrimientos. Eres lo que me desvela en las noches de Diciembre y lo que se acomoda en mi hombro las mañanas en el metro. Eres lo que me hace ser como soy, con mis virtudes y mis manías, con mis más y mis menos, con mis idas y venidas, con mi forma de entrecerrar los ojos o cuando me muerdo el labio sin pensarlo siquiera. Eres ese algo que me hace confiar en los demás aún cuando todos recomiendan que no lo haga, que esté atenta, eres mi instinto y mis predicciones, y toda esa forma de entrechocar latidos. Eres lo que está enganchado a todas y cada una de mis sonrisas, las de verdad y las que esbozo por educación. Eres lo que busco cuando me levanto, con las legañas besando mi sueño, y cuando me acuesto, atontada por los encantos y desencantos que las horas traen consigo. Eres lo que soy, lo que quiero, lo que tengo. Eres lo que juega conmigo y lo que hace que me pierda, lo que siento y lo que pienso, lo que nadie intenta. Eres eso que me dijeron que llegaría a ser imposible y tal vez por eso aún camino a veces de puntillas porque creo que en cualquier momento voy a poder alcanzarte. Porque algún día saltaré y te conseguiré, lo prometo. Eres las voces en eco y las horas frías, estás cada vez que miro, que siento, que escucho, que sueño. Estás en todas las palabras y en todos los silencios. Estás anclado a las miradas y a las desventajas de cada desazón. Eres el barco varado que aún espero en el puerto. Eres aquello que me hace enloquecer y me mantiene cuerda. Eres mi libertad.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Donde hay un luchador hay un ganador

A veces estamos tan concentrados en las pequeñas cosas malas que nos rodean que nos perdemos las mil y una maravillosas que hay a nuestro alrededor. Tendemos a desaprovechar las oportunidades, a dejar que la gente a la que queremos se vaya sin explicaciones, a tener miedo de luchar por nosotros mismos, a dar la cara, a seguir adelante. Dejamos a un lado las cosas que nos hacen sentir vivos para concentrarnos en aquellas que nos matan poco a poco. Pero la gracia está en que la vida, de vez en cuando, te deja señales para que abras los ojos. Y se trata de que las veamos y reaccionemos, de que pensemos, de que veamos quienes hemos sido, quienes somos y en quienes nos vamos a convertir. Tenemos que alejarnos de esas cosas que nos apagan día a día y buscar las oportunidades en los momentos cotidianos. Tenemos que rodearnos de gente que nos haga perder el miedo, el frío, la tristeza, las malas costumbres... que nos hagan perderlo todo excepto la sonrisa y esas ganas irremediables de seguir creciendo. Tenemos que proteger nuestros sueños y luchar por ellos, y seguir adelante, y no tener miedo a caer, tenemos que levantarnos y no dar un paso atrás ni para coger impulso. Sólo tenemos que mirar hacia delante, hacia lo que viene. No te concentres en vivir en el pasado, porque la mente juega con nosotros para que sólo recordemos las cosas buenas, y pensemos que aquellos tiempos eran mejores que los que están por venir. Y, te prometo, que lo que vendrá supera con creces lo que ya ha pasado. No tienes que perder las ganas, porque con ellas, todo se puede. No hay que perder la confianza y habrá que intentarlo mil veces hasta que lo consigas. No permites que te digan que no puedes hacer algo, que uses el sentido común, que es una locura. Porque la vida en sí es una locura que vivimos constantemente, y eso no la hace menos real. Puedes ser quien tú quieras, y cuando tú quieras. Tienes que sacar algo bueno de cada día, porque una vez haya pasado, ya no va a volver. No te preocupes por las cosas que no tienen solución, ni llores porque algo haya acabado. Todo lo que tenga que ser, tarde o temprano, acabará siendo. No te rindas. Porque quien nunca se ha caído es porque nunca se ha levantado. Quien nunca ha fallado es porque nunca lo ha intentado. Y quien nunca ha conseguido algo, es porque nunca ha luchado. Y es que todos tenemos dentro un pequeño luchador. Y donde hay un luchador, hay un ganador. Así que no pierdas la sonrisa y sigue intentándolo, porque lo importante de esta vida no es el destino, sino el viaje que lleve a él.