sábado, 20 de septiembre de 2014

Make it simple, but sigificant.

Y qué bonita la vida, o eso es lo que dice Dani Martín en voz considerablemente alta desde mis cascos. Y yo subo el volumen. Y escribo esto desde la terraza, viendo el atardecer teñir de un color burdeos el cielo, como éste se refleja en el agua, en las olas, que van y vienen. Como yo. Me pasaría horas así. Disfrutando de la sensación de paz, del relax de no necesitar más que esto. Y es que las cosas buenas de la vida, son esas cosas sencillas, momentos no planeados, esas pequeñas cosas que nos llenan. Que nos cambian los días. Adoro estos detalles. A cada instante. Me encantan, con locura. Cosas tan simples como meterte de lleno en un buen libro y perder la noción del tiempo. De encontrar una canción que dice justo lo que necesitas oír. Y ponerla al máximo mientras andas por la calle, y el mundo a tu alrededor vive acorde a tu sintonía. Esas personas que se levantan cinco minutos antes sólo para poder desayunar café en una taza sentados en una cocina. Nada de tomar uno por ahí, o beberlo por el camino. Las cosas, en casa, siempre saben mejor. Conducir, con la radio alta y las risas, más aún. Y que, en el camino, siempre haya alguien conmigo. La gente que se sienta a tu lado y, sin apenas conocerte, te cuente sus metas, sus sueños. Te diga quién es y por qué. Los que no tienen miedo de reconocer que tienen miedo. Los que lloran si lo necesitan. Pisar los charcos en un día de lluvia. Llegar a casa llena de arena después de un día entero en la playa. Los besos inesperados. Las llamadas a destiempo, y los que siguen pensando que deben rectificar sus errores. Los que luchan por lo que quieren, los que se pierden por librerías. Dormir arropado, o que te abracen las personas que te importan. Comer chocolate. Porque sí. Porque te apetece. Porque por un día, vale la pena dejarse de dietas. Las amistades de siempre. Volver a casa de madrugada. Sacar del armario ese vestido que te encanta pero que casi nunca usas. Cambiar el rumbo. Dejarse llevar. Ver Begin Again en bucle, una, y otra, y otra vez. Porque Keira Knightley habla un poco de mí, y de ti, y de ellos, todo sin darse cuenta. Y se hace de noche. Y se escuchan las olas. Y es un poco como refugiarse en algo conocido, pero que echabas de menos durante mucho tiempo. Como regresar a tu hogar. Y qué bonita la vida. Canta Dani. Qué bonita.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Stay

Pues eso. Que te quedes.
Que no des más pasos, que me canso de ver tu camino.
Que me canso de tenerte cuando quiero;
que no quiero no perderme si eres quien me encuentra.


Quien me cuenta las verdades a medias,
porque yo me dejo llevar en eso que queda entre líneas
para decirte, que si me guías sé esconderme bien,
qué lejos quedas, aún cuando te tengo al lado.

No me resisto a que destroces las aceras,
que las he pisado más veces que la luna
porque sólo a oscuras muestro mi cara buena,
que una mala, ya la tiene cualquiera.

Que yo sé de eso que susurras cuando hablas a gritos,
cuando muerdes el silencio, clavando los dientes,
arriesgando con ello todo lo que no te queda.
No fracases apuntando lejos,
a mí siempre llévame a volar alto,
que para tocar el suelo ya habrá tiempo.

El café de los lunes, quien me hace enarcar las cejas
un martes
quien me enfurece los miércoles,
quien hace que saque las garras los jueves,
para acabar haciéndome reír cada viernes que vuela
y antes de abrir los ojos, ya eres calma.


Subrayas mi nombre en un papel en blanco.
Y me da igual. Pero sigue haciéndolo.
Y te hago mirarme cuando no quieres.
Oblígame a repetir tu nombre,
cuando te hablo bajito,
para que no escuches que digo
que a cada paso del camino, te quiero conmigo.

Y estás anclado a lo que pienso,
y estoy cerrada a lo que quieres,
y estás negando lo que eres,
sólo por ser cuando yo te miro.

Sigue andando,
que yo no sé si sigo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Imperfecciones

Me quedé mirándole a los ojos. Fijamente. Durante un largo rato. Como si así pudiese decirle todo lo que no era capaz de decir. Todo lo que no era capaz de pensar. Nunca se me ha dado bien lo de escribir cartas, pero en esos momentos habría dado cualquier cosa por haber sabido. Haber sabido cuándo y cómo las cosas han de hacerse bien. Me hubiese gustado decirle que yo no era de esas que iban acompañadas, que no me gustaban todas las compañías. Que no me gusta mentir, pero que su risa estaba llena de matices y que cada vez que le golpeaba con el pie en la espinilla le era infiel a mis principios. Que ando de puntillas cuando el suelo arde casi tanto como mis mejillas cuando son mordidas por la cita de mi sonrisa, entre comillas, entre nosotros. Que me gusta que me dejen ser cada día una persona si con ello consigo seguir siendo yo, que no pregunten. Porque no hay respuesta más allá que las caricias de dos manos que se sujetan cuando uno tropieza y el otro sostiene todo aquello que le importa. Y es que a veces no tengo sentido, ni tampoco busco tenerlo, si me pierdo antes de encontrarme o si cierro los ojos cuando no quiero estar. Pero sigo estando. Me gustaría decirte que no soy de nadie, que no lo intentes, que me escapo antes de que puedas verme. Pero eso, en realidad, ya lo sabes. Desde que me miraste por primera vez y yo alcé las cejas. Fingiendo desafiar al destino aún sabiendo que era él quien me desafiaba a mí. No te fíes de mí. No confíes en mí. No hasta que yo lo haga primero. Quisiera decirte que me gusta que me sorprendan, pero odio las sorpresas. Que me gusta que me lleves a la otra punta del mundo y ni siquiera te molestes en saber si quiero estar allí. Porque sabes de sobra que sí. Que me gusta que me roben los besos pero no las ganas de vivir. Que me empujes, que me impulses, que me mires con rabia. Que seas todo aquello que odio querer y que quiero hasta odiar. Pero en el fondo ya me conoces. Aunque no lo sepas. Aunque no lo intentes. No se me olvida lo que dices, no se te olvida cómo finjo no escucharte. Supongo que nada es perfecto para siempre. Pero me gustan estas imperfecciones.