jueves, 14 de noviembre de 2013

Da un par de pasos y aprende a seguir.

Se escondía entre silencios con el carisma perdido de aquel que sabe que va a ganar haga lo que haga. O aunque no lo haga. Porque ya no había nada más que dejar caer por el camino, los pasos quedaban huecos. Tenía una risa apagada que siempre dejaba en manos de todo el que le quisiese. Era fácil hacerle brillar. Tan fácil que sólo bastaba que sonrieses. Eso le servía para recobrar la entereza. También era fácil de manejar, y te daba la oportunidad de intentarlo. Como si te estuviese probando. Como si la elección de si podías entrar en su vida se basaba en hasta qué punto decías la verdad. O la mentira. No valía la pena intentarlo, ni querías probarlo tampoco. Hay ciertas personas que simplemente prefieres conservar sin preguntas. Era algo distinto, algo raro, algo que no sabrías decir muy bien qué era, ni si te gustaba o desagradaba. Era algo omnipresente que te llenaba y vaciaba a la vez. Pero de una forma u otra siempre querías volver a escuchar su voz. Su forma de andar no llamaba la atención. Él no era de esos. Él prefería gritar en silencio, y luego quedarse quieto para averiguar quién le había oído. Para ver si alguien respondía. Siempre me quedo con la duda de si alguna vez alguien lo hace. Podría marcarlo y remarcarlo en cuadros, esquemas y mapas, pero nunca habría sabido cuadrarlo bien. Se escapaba sin moverse. Le veías y estaba. Pero sabías que, inevitablemente, a veces se iba. Era un rompecabezas. No sabías por donde cogerlo, por donde sujetarlo, porque parecía que acabaría escurriéndose ante tu mirada. Era una huella borrosa entre caminos dispersos. Una bisagra que unía los días buenos y hacía un poco menos malos los demás. Tenía ojos de niño y palabras de anciano. Y aún así no sabría captarlo. Era un poco como esas horas que pasan lentas o se hacen minutos frente a otros ojos. Un poco como "te voy a enseñar a vivir". A dar un par de pasos y aprender a seguir.

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