lunes, 14 de marzo de 2011

Un comienzo.

Los cielos oscuros rugieron amenazadores, comunicando que no tardaría demasiado en llover.
Me gustaban los días como aquellos.
A la mayoría de las personas los días lluviosos en los que hay más nubes oscuras en el cielo de las que podrías imaginar les deprimen.
En cambio esos días tan grises en los que parece que el mundo es una imagen borrosa pintada a pinceladas de colores verdes y oscuros hacían que sintiese una relajante paz interior.
A través del ventanal de mi habitación veía las elegantes calles parisinas bañadas de la luz de un atardecer lluvioso.
Mi imagen de París no era la que la gente solía esperar cuando viajaba por primera vez a la capital francesa, yo no encontraba románticos sus edificios ni gente… para mí eran románticos esos días difuminados que observaba abrazada a mí misma tomando té caliente mientras la gente que paseaba por las calles corrían a refugiarse en la tienda más cercana.
La magia estaba en la forma en la que se veía París a través de las gotas de agua cristalina que caían de los cielos, semejantes a un hermoso milagro.
Cuando crees que nada puede suceder, pero sucede.
Y ahí está eso que llevabas tanto tiempo esperando, tanto que ya pensabas que tan solo era una fantasía olvidada de antiguos y prometedores sueños.
Es como una canción acompañada con una guitarra, la voz que te susurra al oído esa frase especial que sabes que nunca olvidarás, con el sonido de un complicado acorde.
Cerré los ojos un segundo, escuchando detenidamente el sonido de los truenos.
Bueno, ahora me doy cuenta de que no me he presentado aún.
Me llamo Colette Marqués, aunque todo el mundo me llama Lettie, y como habréis supuesto vivo en Francia, en París para ser exactos.
Realmente yo no soy francesa, nací en España al igual que mi padre, pero en cambio mi madre es francesa y hace ya varios años que vivimos aquí, aunque en vacaciones solemos ir a visitar a mi familia paterna.
Volví la mirada de nuevo hacia la ventana, que  estaba totalmente cubierta de diminutas gotas que se sostenían a duras penas.
Cierto que me gustaban las tardes como aquellas, pero eso no quitaba el hecho de que por culpa del tiempo hubiese tenido que cancelar los planes que tenía para aquella tarde.
Quizá esa sea la razón de que esté contando todo esto, quién sabe.
Mi móvil sonó repentinamente, llenando la estancia de la música que tenía para los mensajes.
La canción me recordó a la primera vez que la escuché, era una tarde, sobre las ocho y media y estaba con mis dos mejores amigas, Priscila y Giselle, terriblemente aburridas en casa de la primera.
Priscila, al vernos a Giselle y a mí cruzar una mirada de puro aburrimiento, empezó a ponernos sus extrañas canciones.
Sí, extrañas, porque la música que escucha yo no las calificarías exactamente como música... son ritmos con voces cantando música comercial, así que cuando nos puso una canción decente Giselle y yo quedamos tan sorprendidas que decidimos ponérnosla de sintonía para el móvil.
Miré el mensaje, era de Giselle, que nos invitaba a Priscila y a mí a su casa a ver una peli.
Contesté que sí, nadie en su sano juicio le hubiese llevado la contraria a Giselle, entre otras cosas porque la cabezonería, el querer llevar siempre la razón y el ser pesada eran unos de sus defectos.
No me malinterpretéis, yo la quiero muchísimo, incluyendo sus defectos.
Pero Giselle es la típica chica rubia, con una cabellera larguísima que cae a modo de cascada por su espalda hasta su cintura y con unos ojos azul lapislázuli con los que convence a cualquiera de lo que sea.
Ella es divertida pero alocada, y nos pega su locura siempre que estamos demasiado tiempo con ella, lo que suele ser siempre.
En cambio Priscila es bastante distinta a ella, es pelirroja con el pelo tan rizado como el de Taylor Swift.
No es tan delgada como Giselle, pero aún así posee cierto encanto natural, lo que la ayuda a esconder lo patosa que es.
Pero son mis amigas, y yo las quiero tal y como son.
Me miré en el espejo antes de salir disparada a casa de Giselle.
Yo no era tan guapa y estilizada como Giselle, ni poseía la gracia natural de Priscila, pero no estaba mal.
Sonreí al reflejo que me devolvía el espejo, esa chica morena con el cabello ondulado antes de salir de casa.
Sí, no estaba mal.
Dejé el diario abierto en la mesita, dispuesta a escribir más tarde los acontecimientos de la tarde, y salí fuera, donde me recibió la lluvia de principios de Marzo que caía dulcemente en la capital francesa.

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