martes, 15 de julio de 2014

Ser suerte.

Y yo no sé cómo hacemos de la caída una excusa para dejarnos ser tan animales, de desgarrarnos a sangre viva las ganas y ceñirse a los motivos que a cada uno le hacen ladrar para marcar territorio.


Que el tiempo aprieta, ya no es un secreto.

Y dejarnos beber de la recompensa de otras aguas, y cerrarnos a la angustia de que las heridas cicatrizan si le echas sal, que lo que no mata engorda, o en su defecto, cura. Así que déjame que te cuente, que los domingos me arañan la espalda, pero que yo tengo las uñas más largas, y que es cuestión de suerte que no haya destrozado a las semanas. Que he mezclado todo eso de lo que hablan y que a palabras necias, oídos sordos. Por eso a veces me recriminan que no escucho. Por eso a veces me recluyo.


La fortuna de saberte con suerte, es creer que vas a poder sostenerte.

Hay refugios en las aceras, y yo he pintado al vacío en cada una de ellas. Para que no puedan encontrarme por mis ojos, y que cada paso acabado sea una manera distinta de romper el silencio. Porque he negado a las promesas, que no vuelvan, que no las creo. Que no me estabilizo si las veo, y que a veces las personas son el remedio que no necesitas.


Y es que mi suerte se ríe y contagia, y envenena con su gracia todas esas mañanas a las nueve en las que el cielo está demasiado frío y el suelo, demasiado caliente. Y es que me he visto ser suerte, y a veces, desearía tenerme.


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