miércoles, 9 de octubre de 2013

Por nuestras vidas pasa siempre muchísima gente.

Pero no todos se quedan, ni todos se van por las mismas razones. Unos se van por propia decisión, otros, porque no les dejamos elección. Algunos se marchan porque ya te han enseñado todo lo que podían enseñarte, y otros, porque ya no tienen mayor forma de dañarte. Pero otros se quedan. Y, para nosotros, toda esa gente a veces no es suficiente. Para mí no es suficiente. De cada persona que conocemos o hemos conocido nos quedamos con algunas cosas, pequeños detalles que nunca recordamos, hasta que un día, sin alguna razón aparente, se cruzan en tu mente. Pueden ser cosas cotidianas como esas palabras que siempre decía, la letra de esa canción que solía tatarear, o la forma que tenía de animar los días. Puede ser la sonrisa que tenía siempre preparada, la manera en que miraba a los ojos a la gente, o el sonido de unas risas contagiosas. Tal vez sean las confesiones que no hizo a nadie más, o la forma de caminar. Hay millones y millones de cosas, una por cada persona. Y, hay días, en los que deberíamos detenernos y pensar en todas esas personas que hemos conocido. En los que están y en los que se han ido. En lo que nos han aportado o siguen aportando. Pensar en ese detalle concreto con el que te quedas al pensar en cada uno de ellos. A veces tenemos que detenernos y mirar a nuestro alrededor, porque la vida va tan deprisa que si no nos paramos de vez en cuando a observarla podemos perdérnosla. Y con ella, a toda esa gente y momentos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario