domingo, 13 de octubre de 2013

Cicatrices.

Me balanceo en la cuerda floja, yo, que tenía miedo de las alturas. Yo, que no me atrevía a subir sino tenía a la vista un modo de bajar. Yo, que temía caerme si no me sujetaban de la mano. Dicen que el tiempo cambia a todo el mundo, que todas las heridas se curan, pero muchas de ellas dejan cicatriz. Y esas cicatrices son las que nos hacen cambiar, las que nos persuaden de no volver a repetir los mismos errores. Porque puede que a veces no sean visibles, pero están siempre con nosotros, haciéndonos ser quienes somos. Haciéndonos crecer. Tengo varias de esas, cada una con su historia escrita, todos tenemos. Muchos se pasan la vida lamiéndose las heridas, mirando como cicatrizan. Se quedan ahí. Pero  hay otros que se levantan y siguen adelante, sin miedo a chocar de nuevo, a caer. Hay gente ahí fuera con tanto coraje que no les importa llegar al final del camino sin espacio para nuevas cicatrices. Lo que les importa es llegar. Levantarse, y llegar. Me pasé tiempo mirando mis heridas, pero ya me cansé de eso. De estar quieta, de tener miedo a avanzar. Me subí a mi cuerda floja y me balanceé, sin pensar si me caería, sin pensar sino podría seguir caminando. No pensé nada de eso. Simplemente avancé. Olvidé mi miedo a caer de nuevo. Lo olvidé todo. Y, entonces, fue cuando todas mis heridas se cerraron. Y, entonces, fue cuando me di cuenta de que, en esas cicatrices, está escrita la historia de quiénes somos. Y es que al fin y al cabo estamos todos hechos de cicatrices.

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