lunes, 7 de octubre de 2013

En esta vida no puedes jugar a tu propio juego, pero si utilizar tus normas.

Me pido bailar descalza sobre las aceras sin preocuparme por quién me esté mirando. Me pido salir de casa al ritmo que se encienden las farolas, ir haciendo un zig zag entre ellas, y regresar cuando se estén apagando. Muy tarde o muy pronto, depende de quién lo mire. Me pido besos de esos mientras el mar te acaricia la piel y acabas llena de sal y arena. Me pido sonrisas perdidas que ayudan a otras personas a encontrarse. Me pido coger el coche un viernes noche y desaparecer hasta un lunes por la mañana, únicamente visible para aquellos que viven en la carretera y se esconden en el porche de cualquier hotel. Me pido mancharte de chocolate en el desayuno. Me pido el sonido de otras risas haciéndole eco a la mía. Correr con el viento y empaparme con la lluvia. Me pido sobrevivir a los enfados por la simple complicidad de las reconciliaciones. Me pido subir el volumen al máximo cuando suene en la radio esa vieja canción que tanto me encanta, y que cada uno la cante usando los acordes que le vengan en gana. Me pido no seguir el ritmo que marcan los relojes y levantarme tres veces por cada una que me caiga. Porque en esta vida no puedes jugar a tu propio juego, pero sí utilizar tus propias normas.

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