lunes, 9 de diciembre de 2013

El amor está hecho de pequeñas cosas.

Sabía que le estaba hablando, pero era incapaz de escucharle. Era un pequeño defecto que tenía, una tara de nacimiento. Le aburrían las explicaciones. Valentina le dio otro mordisco a la manzana que sostenía entre sus dedos antes de ladear la cabeza y dejar caer su cabello oscuro como una cascada sobre su espalda y volverse para mirar a su acompañante. Parecía atareado gesticulando sobre quién sabe qué. Valentina se fijó en sus ojos pardos, que parecían ocupados mirando a todas partes, y en realidad a ninguna. Ella sabía que no la miraba realmente, al igual que ella no le escuchaba. Valentina era más de los pequeños detalles, y él, de los grandes rasgos. Nunca podría decir si los ojos de su mujer eran azules o verdes, o si el pequeño lunar que se situaba junto a sus labios estaba a la izquierda o a la derecha. Pero sabría hablar de cómo cocinaba para él los fines de semana o del tiempo que necesitaba para elegir la ropa que se pondría. Valentina sacudió la cabeza. Eran como la noche y el día, y quizá eso mismo era lo que les unía tanto. A pesar de que él no se fijase nunca en los cuadros que ella pintaba, o en su manía de llevar el reloj siempre en la muñeca opuesta, sería capaz de nombrar con exactitud aquellos lugares en los que le había dicho que la quería, a lo largo de toda su vida.

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