lunes, 23 de marzo de 2015

Moments.

                         "We make patterns, we share moments." - Jenny Downham


Soy una obsesa de los recuerdos. Quién sabe por qué. Vivo locamente apegada a la idea de guardar objetos que me han llevado a quien soy a día de hoy en el camino que sigo. Momentos en forma de cosas. Cosas en forma de momentos. Dejad que salga mi vena de drama queen y me ponga apocalíptica, pero en estos años me he ido dando cuenta de que hay dos tipos de personas en el mundo: Las que capturan instantes, y las que no lo entienden. Creo que no hace falta decir que me encuentro en el primer grupo. Me apasionan los recuerdos. Me hacen sentir segura, protegida. Me hacen más llevaderos los días. Me recuerdan a las personas que están o han estado en algún momento. Porque siempre dicen que "quien pisa fuerte, deja huella". Si tengo que contar cuáles son mis huellas preferidas, aquellas dejadas por lugares, instantes, o incluso esa manera tan bonita de sonreír de algunas personas, creo que la lista sería demasiado larga. Endless. 
Y, lo cierto es, que puedo llegar a entender por qué es difícil de comprender esa necesidad de rodearme de cosas frágiles y etéreas en el tiempo, que vienen y van. Que son parte de mí y yo parte de ellos. Pero, sin embargo, son esas pequeñas cosas las que nos atrapan. Las que nos hacen la vida interesante. Os dejo algunas de las mías.

La belleza de Donosti, Los cafés calientes en días fríos, Las calles viejas, El mar.

El frío de Dublín, los canales de Venecia, el acento francés, o la sirenita de Copenhague. El coliseo Romano y la torre de Pisa. Las vistas desde el London Eye. 

Las sonrisas de verdad, la gente que confiesa sus debilidades, pero saben ser fuertes ante las adversidades, los maratones de series, la gente que es capaz de sentarse horas y horas frente a la televisión para ver todas las películas de Harry Potter. Los libros de asesinatos y las películas de detectives británicos. Los que saben ser sinceros aún cuando es difícil. Escuchar música en CD's de cantantes y no por internet. Los que hacen fotos para ellos mismos, no para Facebook. Los que no han jugado nunca al Candy Crush. El olor de los bizcochos en el horno, o el de las calles tras la lluvia. La luna. Las estrellas. Las nubes, el cielo. Los viejos papeles con notas, la sensación de estar completamente lleno de arena. Los conciertos. Una vieja canción de rock. Las personas que aún guardan discos de vinilo. Los besos en la frente, en la nariz, en las mejillas. En los labios. Las manos de mis abuelos sosteniendo las mías. Las fresas con chocolate.  La brújula de mi hermano. El amor. Los cuadros. La gente que sabe pintar de verdad. Los amaneceres. El nerviosismo de los viajes. Las fiestas. Las noches eternas. El aire puro de la montaña. El deporte.  Las piedras de Afric Art. Las casualidades. El placer de sentirse querido por tus amistades. La poesía por escrito. La primera vez que vi nevar. 


Porque la gente dice que hay que coleccionar momentos, no cosas. Pero para qué quedarse con uno, pudiendo tener los dos.












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